martes, 1 de mayo de 2007

7 de marzo de 2007
La poesía como búsqueda de lo absoluto
Todos sentimos lo que es la poesía; nos funda, pero no sabemos hablar de ella.
El erotismo. Georges Bataille
Nunca me he considerado dentro del tipo de escritores a quienes el lenguaje les parece poca cosa para poder expresar sus sentimientos. Si bien es cierto que la poesía es la expresión por excelencia del sujeto, para mí esa subjetividad queda reducida a la perenne búsqueda de lo inasible y lo infinito.
Que no se me ataque sin razón. Aquel que esté libre de pecado que arroje la primera piedra. He de aclarar a partir de ahora que esto no se trata de una diatriba irracional y sin sentido contra aquellos que, preocupados por regresar al origen, se dedican al oficio de la poesía.
Supongo que, cuando Johan Friedrich Hölderlin se preguntó “¿Para qué poetas en tiempos aciagos?” nunca supuso el alcance de su noble y muy poética interrogante. Es de esperar que tampoco haya imaginado la respuesta ofrecida un siglo después en la voz del más poético de todos los filósofos de la corriente existencialista: Martin Heidegger.
Lo que no debe extrañar es que un exist se plantee este tipo de cuestiones, pues finalmente, desde el mote con el cual se hacen llamar, estos sujetos asumen la postura de ser los expulsados del paraíso. Así, teniendo esto en cuenta, me interesa retomar la poética que pervive dentro del espíritu europeo (¿o debo decir occidental?) desde finales de siglo XIX hasta ya entrado el siglo XX.
Se vuelve visible en esta etapa la insistencia de una serie de poetas por perseguir un absoluto a través del lenguaje. No importa ya ponerle color a las vocales o descubrir el hemisferio en una cabellera. Mientras exista esa idea de lo inasible, y de cómo el lenguaje mismo, a través de su imprecisión, es quien propicia esa imposibilidad de la redacción, se corre el riesgo de encontrar inútil la práctica de la palabra.
Rilke dice: “Nosotros, los de aquí y de hoy, no estamos satisfechos un instante en el mundo temporal, ni estamos ligados a él; avanzamos constantemente, más y más, hacia los anteriores, hacia nuestro origen...” Detrás de esa idea de que todo tiempo pasado fue mejor se esconde la necesidad del hombre por volver a lo primigenio. En ese sentido, la experiencia poética más parece una religión en su sentido etimológico, en el religar al hombre a su origen, a la unidad que fue en tiempos míticos.
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Nunca me he considerado dentro del tipo de escritores a quienes el lenguaje les parece poca cosa para poder expresar sus sentimientos. La imposibilidad de nombrar las cosas, me parece, en todo caso, es responsabilidad única y exclusiva de cada autor. El conflicto poético no trata entonces de qué tan capaz soy o no para decir lo que quiero. La perenne duda del poeta tiene que ver más bien con saber en dónde se está y si se pertenece o no a esa idea paradisíaca (con toda la carga que conlleva hablar de paraíso) de lo absoluto.
9 de marzo de 2007
Erotismo (Para Sihara)
La vida se construye de sexo, no de besos.
Omar Sánchez
Pienso de nuevo en el asunto de los poetas y su objeto del deseo y caigo en la cuenta que, efectivamente, el mito del eterno retorno sigue vivo en la mente de más de uno. Supongo de inmediato que esta historia aún tiene larga vida por delante, por lo cual, luego de una ardua reflexión, sugiero a todos los escritores que se dediquen a la literatura erótica.
Y es que, si detrás de la idea del eterno retorno se esconde el deseo de regresar a la unidad, ¿qué mejor que la unión de dos cuerpos en uno mismo por el simple placer de la vida? A todas luces me parece más interesante ese religar al hombre con una mujer que con una deidad, pues ésta es la imagen de la vida; el eros en su máxima expresión.
Claro, aquí caben las diferentes expresiones de erotismo. Desde la perspectiva religiosa de los escritores místicos, pasando por el terreno de la transgresión en Kundera y Bataille, hasta llegar a las diversas posibilidades del agua que pueden leerse sobre todo en Cummings. Los matices dependerán, evidentemente, de la calidad del escritor en cuestión y siempre teniendo en cuenta que: “un texto erótico [...] es aquel que cuando lo lees provoca que el camote se te ponga como la macana del sereno, que el aceitito corra y la temperatura ascienda a niveles de fiebre palúdica.”
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¿Por qué la necesidad de volver a ser uno solo con alguien? ¿Por qué hablar de cóncavo y convexo, de alquimia matemática, de uno más uno igual a uno? Es el instinto, señoras y señores. No tratemos de explicar al mundo a través de una deidad; la vida no se da por generación espontánea. Imaginemos mejor un mundo platónico, ideal. Un banquete donde el único religar posible sea el de hombre y mujer unidos por el instinto del eros. Lo demás... Lo demás no va a importar...
20 de marzo de 2007
La nación Energizer
Una de las características que mejor define a las pilas Energizer, amén de ser alcalinas y funcionar con toda clase de aparatos eléctricos, es que siguen y siguen y siguen... México, país que evidentemente no funciona con pilas, sí opera, ideológicamente hablando, bajo los principios del conejito rosado que reparte tamborazos a diestra y siniestra.
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Cuando se produce un texto, entendiendo por texto todo aquello que puede ser leído o decodificado, como una película, una canción, un discurso político o un poema, no sólo se transmiten intenciones estéticas. De la mano de éstas van implícitos proyectos de pensamiento, ideologías que, gracias a la lectura, se establecen en la mente de esos lectores. Algunos textos, sin embargo, son más intencionados que otros.
Tomemos, por ejemplo, la trilogía de Pepe el Toro. Algo en extremo inocente, cuyo único fin es transmitir un poco de sano esparcimiento a las clases populares que en esas cintas se ven reflejadas. ¿Será? ¿Entonces por qué la incesante retransmisión de una estrella más del canal de las estrellas? Porque dicha trilogía, más allá de ser muestra fiel de la clase media baja de las incipientes urbes modernas de los años cuarenta es el proyecto de lo que todo buen mexicano debe ser: machín, jalador, parrandero, que suple sus carencias siendo compañero de una mujer sumisa y medio pendeja, por no dejarla tan mal parada, y padrote a más no poder. Eso sí, su mujer es intocable, pues es ella la que le brinda identidad. México, país de machines definidos por una figura matriarcal. ¿Verdad, mi chorreada?
“¿Y qué puedes esperar de una estrella más del canal de las estrellas?” Las voces de los pseudo intelectuales se exacerban y dicen que esa la función de Televisa. Sólo por molestar, para demostrar que este fenómeno no es exclusivo, decido tomar, de forma algo azarosa, a la novela más representativa de las letras mexicanas, la cual marcó un hito dentro de su generación, rompió fronteras por su innovador manejo de la temporalidad y todas esas monadas que tanto alaban los buenos críticos literarios. Efectivamente, les doy la razón. La mejor novela mexicana, por todo lo que implica, es Pedro Páramo. La figura patriarcal en su máxima expresión. El hombre dueño de tierra, mujeres, favores; el papá de todos los pollitos, parecido a lo que en ese entonces era (¿o sigue siendo?) el gobierno de México.
Si eso sucede con textos enfocados al esparcimiento ¿qué pasará con nuestros textos fundacionales? ¿Qué hay detrás, por ejemplo, del grito de Independencia? Dentro de las diversas versiones que existen de este hecho histórico, la más respetada es la que establece el siguiente llamado: “Mexicanos: ¡Viva México! ¡Mueran los gachupines! ¡Viva Fernando VII!”
Este texto, pequeño en extensión, es grande por todas las incidencias que puede arrojar respecto a un grupo social. En primer lugar se encuentra un llamado (Mexicanos), una delimitación exclusiva a un grupo de personas con algo en común: la idea de la nación. La instancia discursiva arremete privilegiando una situación de vida y muerte, donde la vida representa lo que se desea y la muerte a un enemigo claramente definido como lo opuesto a lo mexicano: los gachupines. Sin embargo, aparece el conflicto. Uno de esos llamados a la vida va dirigido a alguien que no es mexicano: “¡Viva Fernando VII!” Lo que se privilegia en todo caso no es a la persona, sino a lo que representa. Fernando VII aparece como parte de una monarquía elegida por dios, de una élite de poder.
Si estamos ante una frase fundacional para México, podemos asumir que desde su origen el mexicano tiene una idea trunca de lo nacional. Ese nacionalismo trunco esconde manipulación, represión y alienación. Las aparentes contradicciones, nada gratuitas, en realidad no funcionan como tales, pues su función es dejar un sentimiento de inconclusión de lo mexicano donde se privilegia a un individuo, al elegido todopoderoso.
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¿Por qué México es un país que favorece la repetición de sus discursos? ¿Por qué domingo a domingo nos encontramos con la bonachona y pícara figura de Pedro Infante en algún canal de Televisa? ¿Por qué Pedro Páramo, a cincuenta años de su publicación, sigue siendo la novela que leen niños y niñas, chiquillos y chiquillas de muchas secundarias del país? Simplemente porque la repetición de esos discursos favorece la permanencia de un status quo donde poderosos siguen aprovechándose de una mayoría ignorante. Seamos la nación Energizer. Dejemos que el discurso siga y siga y siga...
22 de marzo de 2007
¡Señoras y señores! ¡Con ustedes...! ¡Tomás Varo!
A pesar de mi corta edad, aún recuerdo como si hubiera sido ayer la primera transmisión de El premio mayor, telenovela protagonizada por la Tesorito Laura León y Carlos Benavides en el papel que definiría su carrera: Huicho Domínguez. Dicho bodrio televisivo, producido, but of course, por Televisa, gozó de una popularidad enorme, apoyado entre otras cosas por una canción espantosa desentonada en la igualmente espantosa voz de la dichosa Tesorito y una historia que es el sueño dorado de la mayor parte de los mexicanos: ganarse la lotería.
He de comentar que ésta me parece una ambición bastante pendeja, y si puedo emitir una declaración de tal calibre es por la experiencia que la vida misma otorga, sobre todo teniendo un abuelo que ha gastado religiosamente una parte del salario de su vida para comprar semana a semana el boleto que resolverá sus apuros económicos. A mí me queda la impresión que ha gastado en estos años el equivalente a un premio mayor de los de ahorita...
Y claro, no me burlo de las ilusiones de más de uno, ¿pero acaso alguna vez hemos pensado el por qué de esta clase de fenómenos? Porque eso de que los pronósticos son para la asistencia pública no se los cree ni su abuelita. Curiosamente cuando este tipo de acontecimientos recibe mayor publicidad es cuando una sociedad pasa por prolongados periodos de recesión económica. En pocas palabras, cuando la gente está jodida...
Sinceramente no me extraña que la aparición de El premio mayor se haya dado en 1995, un año después del denominado error de diciembre. De pronto aparece en teve un mexicano pobretón, chaparrito, morenito y barrigón portando su playera de ¡Viva México, cabrones! esposo de una rubia más falsa que un billete de tres nuevos pesos y padre de una tribu de disfuncionales adolescentes, entre ellos la muchachita arrimada, hija de su madre y pariente de ve tú a saber, porque ella es arrimada, con un demonio.
Total, que el gordito le pega al gordo. Se gana la lotería y, en un arranque de nuevo rico, olvida a la perrada, compra una mansión, reparte lana a sus nuevos cuates, se comporta como un Beverly de Peralvillo y hasta la hace de pleiboi. ¡Hazme el favrón cabor! El sueño de todo plebe en tiempos de carestía... Y si usted, mexicano, mexicana, chiquillo, chiquilla, no quiere perderse esta monada, esta joya de la producción más pueril hecha en México, prenda la tele y sintonice la repetición que ya circula por las ondas del cuadrante.
Ahora, que si usted es más modernón y la onda retro no le late tanto. ¡No se preocupe! Televisa lleva hasta la comodidá de su hogar un Huicho reloaded, acorde a los nuevos tiempos donde el mexicano ha olvidado el sabor del maíz y vive contando tortibonos. Porque si usted no tiene varo para las tortillas, la leche ha aumentado de precio y ni siquiera le alcanza para comprarse un méndigo jitomatito pa’ la salsa, sólo es cosa de gastar unos cuantos pesitos, qué tanto es tantito...
Porque no olvide, de poquito en poquito se llena el jarrito, y mientras unos se preocupan por juntar los centavos para comprar el dichoso boletito de la rifa, un grupo de visionarios empresarios, para variar, Televisa y Santiago Creel, utilizan la figura de otro carismático morenito barrigón de nombre Tomás Varo para llamar la atención de un puñado de incautos que aún creen en los milagros. Así, juntan centavos para transformarlos en millones, al tiempo que reparten las sobritas gritando: “¡Premio mayor! ¡Premio Mayor!”
27 de marzo de 2007
Una reflexión a propósito de un viaje a Querétaro
Uno supone que un viaje con estudiantes, sean estos de kinder o de doctorado, estará lleno de buena vibra y charla entre colegas y amigos de una misma área. Teniendo en cuenta que el recorrido será exclusivo para ellos, es decir, que no habrá personas ajenas al círculo y por lo tanto, uno no debe temer que al lado tendrá a un viejito con afecciones del corazón, al niño de sueño ligero y estridente llanto, uno asume que puede echar un buen bailongo durante el trayecto, siempre y cuando no se rompa la sagrada regla de “No molestar.”
Las dificultades comienzan cuando al camión se suben los colados, los pachecos y personas que aprovechan un viaje académico para propósitos estrictamente personales, como llevar al hijo a que lo conozca la abuelita que vive a hartos kilómetros de distancia. También son problemáticas las situaciones donde un tranquilo cotorreo se sale de control y en la siguiente caseta algunos bajan a comprar licor para consumir en el camión de la escuela y...
En fin. El chisme no importa, no lleva a ningún lado. No deja de ser anécdota sin contenido. Importa de esta perorata que en un viaje universitario uno alcanza a distinguir quienes viajan a intercambiar inquietudes académicas y quienes a conseguir las constancias que no obtuvieron a lo largo de su paso por una licenciatura.
Esa mayoría preocupada por lo académico rompió una sola regla, la del licor. La otra parte rompió todas: las de convivencia, las de “prohibido invitar personal ajeno a la universidad”, las de fumar mota y las de tolerancia. Culpables los dos, y a pesar de todo disfrute mi viaje.
1 de abril de 2007
El día del taco me provoca indigestión
Ahora resulta que no obstante con inventarse un festejo tan insulso como el del día del taco, los de TeleRisa organizaron concierto y toda la cosa con tal de conmemorar algo tan mexicano como el taco. ¿Será? ¿Pues de cuando a acá se preocupan por los pequeños empresarios, dueños de changarritos callejeros donde venden un alimento no tan refinado como el caviar que se desayunan estos tipos?
Yo pregunto con suspicacia; dejo de lado ese principio que dicta que los mexicanos no tienen memoria, y traigo a colación aquella campaña publicitaria de Maseca donde una eminencia de las dietas como Arath de la Torre me recordaba que la tortilla no engorda. Sin contar con que el muchacho está bastante cachetón, el alto coeficiente intelectual mostrado por este personaje en sus programas televisivos me llena de dudas respecto a los nobles propósitos de la no menos noble Fundación Televisa.
Porque hay algo que no hemos tomado en cuenta. ¿Para que hacerle publicidad al taco si es el alimento más popular en México? Que se haga publicidad la Coca Cola, negocio de pocos con ganancias que dan miedo. ¿Cuál es el interés en promover un alimento conocido que aparte está subiendo de precio? La piedra filosofal, mi querido amigo...
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Entre las amplías propiedades del maíz, una de las más conocidas es, evidentemente, la alimenticia. Pero ¿qué pasaría si de pronto alguien llegara a comentarme a mí, productor del grano, que el maíz es primordial para la elaboración de un combustible llamado etanol? ¿Que pasaría si yo me entero que ese mismo combustible planea ser utilizado por la nación más poderosa del mundo en cuanto terminen sus reservas de petróleo?
¿Pensaré acaso en las carencias económicas de mi país? ¿O precisamente pensando en ellas decido almacenar mi grano, inflar el precio y vender todo por un buen puñado de devaluados billetes verdes que en dios confían? Y claro, estos pensamientos no los tienen los pequeños productores, pues ellos ni cómo se enterarían de tan jugoso negocio.
Es entonces cuando la suspicacia ataca de nuevo y pienso, ¿será que por eso subió de precio la tortilla? ¿A poco unos cuantos acaparadores encabezados por Maseca están guardando todo ese maíz para venderlo cuando el precio llegue a las nubes? Y todo esto ¿qué tiene que ver con el día del taco?
Todo, señoras y señores. Porque usted, como todo buen mexicano, debe consumir tortilla las veinticuatro horas, los 365 días del año, sin importarle el precio, pues, como todo buen patriota, debe mostrar pasión por México. Ahora ya no tiene que esperar cada cuatro años para ir al mundial y apoyar a su país, si a la vuelta de la esquina podrá gastar la misma millonada para disfrutar de una orden de asada, lengua y chorizo. Con un poco de suerte podrá comer en compañía de prominentes empresarios como los dueños de Maseca y Televisa, empresas desde siempre preocupadas por usted. Ajá...
2 de abril de 2007
(Contraindicación: Ésta es una carta a un amor que sí existió, en una tierra incierta y en un tiempo cuya concepción aún no alcanzo a comprender...)
Para tu imagen que ahora fluye...
¿Cómo ensayar con las palabras? ¿Cómo si esta noche me has quitado la fe que en ellas depositaba? Las palabras, Cristina, la certidumbre que me daba el refugiarme en un discurso improvisado o previamente elaborado. Esa era la fe que me quedaba. Claro, no busco culpables. No es que esta carta sea el reclamo que nunca podré hacerte, pues para ello necesito mis palabras, y ésas, Cristina, ésas las tienes tú.
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¿Curiosas las palabras, no? Las usamos dependiendo siempre del contexto en el que estamos, y sin embargo, no somos plenamente concientes del uso que les damos. Curiosas las palabras porque ahí están, capaces de expresar tantas y tantas cosas, mas cuando tratas de decirle a alguien lo que sientes no te alcanzan. Curiosas las palabras, porque esa incapacidad para poder usarlas depende única y exclusivamente de nosotros los poetas, Cristina. Curiosas las palabras, los títulos, los nombres, porque no son el molde perfecto que nosotros queremos que sean. Curiosas las palabras porque no definen absolutamente nada.
Pensaba en ellas, Cristina, en su caos y en cómo pretendemos atarlas al rígido cosmos. Pensaba en lo instantáneas que son, la forma en que un te quiero no se parece en nada a otro anterior o posterior. Pensaba en eso, pues, y de pronto te vi frente al río donde pasábamos todas las tardes. ¿Lo recuerdas? Su caudal no era fuerte, y en ese sentido era parecido a mis palabras. Su paso suave y delicado, sin embargo, era constante. Y justo ahí era similar a mis palabras.
¿Por qué el símil? Me gustaría escuchar esa pregunta de tus labios. Sólo así podría responderte que no toda declaración amorosa se da en el terreno de la transgresión. Quizás de esa manera la constancia de mi amor podría definirnos un rumbo compartido. Sin embargo estamos ante un río que se bifurca, y la unión y la constancia que en un tiempo nos caracterizó es lo que ahora mismo nos separa. Lucho eternamente contra la corriente y trato de regresar al punto donde tu y yo nos separamos, pero no puedo.
Me habría gustado ser el piloto que navega sobre tus aguas, dejándome llevar por la caótica fuerza de tu cause. Preferí la alquimia y gracias a las palabras pude fusionarme en ti. Éste río nos llevó por rumbos diferentes y justo en ese transcurso te llevaste mis palabras.
Vuelvo la mirada hacia el río que una vez fuimos. Arranco esta hoja con la inocente ilusión de que este barco de papel llegue a tu destino. El sol asoma tímidamente algunos rayos y alcanza a proyectar de manera sutil mi sombra en estas aguas. Te veo junto a mí por un instante cuando, de pronto, el reflejo de la luz me ciega. Una vez que abro los ojos el agua se lleva tu recuerdo.
Adiós, pues, mi querida Cristina. Ya no preguntes por qué súbitamente te he cambiado el nombre. Los nombres, los títulos y las palabras no definen absolutamente nada. Mi barco, impulsado por el agua y por el aire toma ahora un rumbo nuevo...
Tuyo...
XXX.
21 y 22 de marzo de 2007
3 de abril de 2007
Cristina (Para Sihara)
Si queremos determinar el punto en que se ilumina la relación entre el erotismo y la espiritualidad mística, debemos volver a la visión interior, de la que prácticamente sólo parten los religiosos.
El erotismo. Georges Bataille
No me preguntes cómo sé que en Querétaro los templos abundan cual cantinas, pues no sabría que responderte. Tampoco trates de averiguar cómo descubrí que la pintura de los mismos cae poco a poco, cediendo paso al constante ataque de la resequedad de sus muros. ¿Cómo podría saberlo, si nunca entramos a uno tomados de la mano?
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El obispo mira la pintura que abandona los muros resquebrajados de las paredes. Levanta las manos y ruega a Dios que no sea una mala señal para su iglesia. La gente pasa, lo observa y piensa que todo se resolvería con una nueva capa de pintura fresca...
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Tomo esta copa de vino a tu salud. Pido a la humilde concurrencia brinde conmigo y todos asienten. Levanto la copa, y en seco, siento un aire divino, como de iglesia. Levanto la copa, pues. Aquello no es una cantina de paredes orinadas, escupitajos en el suelo y gotas de hielo derretido que escurren por el vítreo envase de las cervezas. Estamos sentados en ese templo de paredes resecas y resquebrajadas; es la hora de consagrar el vino. Tomo el cáliz de tu sangre, sangre de la alianza nueva y eterna, y brindo a tu salud. El vino eres tú y yo lo bebo directo de ti. Todos miran mientras dudo entre decir salud o amén...
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Soy preso de estas paredes donde hicimos el amor sin ponernos siquiera un dedo encima. Evito transgredir aquello de no mancillar el cuerpo y la sangre cuando caigo en la cuenta de lo distinto que es el rito del amor. Como el ángel, preparo la punta que ha de atravesarte; tú, la santa, esperas impaciente que terminé con la espera de tu cuerpo, cual si fuéramos pastor y cordero. Me detiene la perenne inmovilidad que somos y pienso que eres tú la que cambia la percepción del tiempo.
Ignoro si ésta es la España Medieval de tu éxtasis, la Roma que nos idealiza en escultóricas figuras, el Querétaro de resecos muros donde la pintura abandona las paredes de una iglesia, la húmeda cantina en la cual levanto el cáliz de tu sangre o el cuarto de hotel donde esta noche me has dejado solo. Preparo la punta que ha de atravesarte y, movido por la curiosidad, pregunto tu nombre. Mi nombre no importa, dices. Llámame Teresa, Sikaria, Cristina...
Un parpadeo. Me miras, elevas una plegaria al cielo y el peso de tu cabeza se vuelve insoportable. Recibes entonces la ansiada estocada y descubro que la vida se te fue, gota a gota, detrás de cada clavo. Un último borbotón de sangre y agua fluye por la nueva herida. He mancillado el cuerpo y la sangre. Señor, perdóname, uno nunca sabe lo que hace...
24 de marzo a 3 de abril de 2007
15 de abril de 2007
Aclaración
Este es un cuento seleccionado de los anales de mi archivo para conmemorar de una manera diferente el aniversario luctuoso de la muerte de Pedro Infante.
Pepe el toro me da risa
...Era mi padre. Cuando crecí y lo busqué me dijeron que estaba muerto. Es algo difícil crecer sabiendo que la cosa de donde podemos agarrarnos para enraizar está muerta.
“¡Diles que no me maten!” El Llano en llamas. Juan Rulfo.
Por eso, papá. Por eso me da risa. Porque al final termina riéndose, como recordando que el que ríe al último ríe mejor. Y para términos prácticos sabemos que eso es una auténtica farsa. Porque dime ¿Quién carajos cree eso de que al final todo acabará bien? Es como si te quisieran educar con la creencia de que no importan tantas desgracias; total, la alegría llegará al final.
¿Te suena parecido, papá? Es lo mismo que dice el padre en su sermón todos los domingos, cuando voy a misa a instancias de mi madre. De hecho por ella estoy aquí. Porque me dijo “Busca a tu padre. No dejes de ir a visitarlo.” Y aquí estoy. Por ella supe de ti. Porque un día, de buenas a primeras, comenzó a contarme de un tal Pedro P.
“Es de tal y cual modo, Juan.” Nunca supe por qué me puso así. Sí papá, ese es mi nombre. Juan P. Mi mamá me decía que yo fui su única alegría. Era como si ella quisiera hacerle honor a su nombre. Dolores. Pero ella nunca hablaba de sufrimientos. Le gustaba ver el lado bueno de las cosas. Por eso, cuando me mandó a buscarte, sólo me dijo “No le pidas nada.”
Y así es, papá. No me interesa lo tuyo. Por eso vine hasta aquí, para verte y para decirte que mi madre ha muerto. ¿De tu hijo? De tu hijo ni te preocupes. Al cabo ya estoy grandecito. Mi mamá se encargó de educarme y darme todo lo que necesitaba. Yo nomás vine a cumplir la promesa que le hice a ella, de dar con tu paradero.
Pero ahora... Ahora que estoy aquí me da coraje. Porque sé quién eres, y sé que el olvido en el cual nos tuviste era por demás injusto. Mas no te preocupes, papá, ya aprendí que la vida es de ese modo. Por eso vi las películas de Pepe el toro. Porque era una tragedia tras otra. Y al final, cuando va al panteón y se ríe, yo me río con él. ¿Por qué? Porque lloré con él a lo largo de las tres cintas. Lloré cuando encontró al Torito muerto y recordaba a su hijo vivo.
Sin embargo, yo a ti no te recuerdo, papá. Porque cuando yo nací, tu ni siquiera vivías con nosotros. Andabas en otro lado, según eso trabajando. Y aunque sé que estoy aquí contigo, todo es inútil. Mi mamá me encargó buscarte, y ahora que te encuentro me doy cuenta que te he buscado en vano.
Ay, papá. No sé porque tuvo que ser así. Por eso me da risa. Porque ni siquiera vale la pena llorar. Total, ya estás muerto. Lo mundano ya no importa para ti. Ay papá, si te digo que por eso me da risa...
30 de diciembre de 2005
24 de abril de 2007
Algunas consideraciones sobre el “Romance de la Migajita”
Si en este instante se me preguntara por qué analizar literatura mexicana, bien podría responder que me gusta descubrir las representaciones de una sociedad a partir de sus textos. Las letras, en todo caso, cumplen la función de preservar, e incluso de inculcar ciertos patrones de pensamiento. Así, considero básico dicho análisis para identificar aquello que está mal dentro de ese grupo social que tanto nos interesa. Partiendo de dicha premisa y teniendo de base herramientas sociocríticas, me gustaría realizar un pequeño acercamiento analítico al texto “Romance de la Migajita” del mexicano Guillermo Prieto.
Tomando en cuenta que los elementos paratextuales, en este caso el título, adelantan gran parte de la programática textual, se vuelve necesario el desglose de la información contenida en dicha unidad. “Romance de la Migajita” inicia con una alusión autorefencial, dado que la palabra romance describe el estilo poético que utilizará el texto. Debe notarse también la presencia de un discurso de pertenencia sobre lo femenino, que en este caso es una instancia que alude a unas sobras minimizadas, a las migajitas, pues. Se perfila desde el título un discurso que tiende a la cosificación y minimización de lo femenino. La cuestión autorefencial indica, por otro lado, tomar distancia de ese objeto del cual se está hablando.
Será menester, por ahora, tomar como punto de partida los indicios que arroja el paratexto. La Migajita, evidentemente, viene a ser un apodo que sustituye al nombre, cuya función es, precisamente, definir, dar una personalidad. La definición de lo femenino es, como se había dicho líneas atrás, la ausencia de un nombre, la equivalencia con algo mínimo que aún puede ser reducido.
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Sin dejar de lado las consideraciones que se obtienen luego de la lectura del paratexto, considero pertinente pasar, a partir de este momento, al análisis textual. Los primeros indicios que arroja el texto son una serie de ordenes dirigidas a una instancia no definida. Se puede entender este funcionamiento textual de la siguiente forma. “¡Detente! [...] ¡eh, contente, no la mates!” son tres prohibiciones que pueden ser leídas como ¡no sigas! ¡no te permitas! ¡no la mates!
Llama la atención, por otro lado, la aparición de la palabra “contente.” Las implicaciones del contener van ligadas a las del nombrar. El nombre, al mismo tiempo que incluye ciertas características, excluye otras; delimita. Aparece en el texto otro sema que nos permite perfilar el primer texto semiótico. Inclusión frente a exclusión.
La agresión de las primeras líneas está orientada a lo femenino. “¡Detente! que está rendida, / ¡eh, contente, no la mates!” Se observa también una situación de poder donde la figura femenina se rinde y tiene que ser defendida de su agresor, hasta ahora desconocido, por un tercero indefinido en número y en género. Así, tenemos el segundo texto semiótico: definición frente a indefinición.
Esta indefinición oculta la identidad de los participantes del texto. Más adelante la misma instancia narrativa revelará a los personajes en el siguiente orden: la gente, defensora de la Migajita, quien es, a su vez, atacada por el Ronco. Un colectivo da una serie de prohibiciones que son violentadas por un hombre, instancia activa que transgrede esas normas en detrimento de una figura femenina y pasiva. “Y aunque la gente gritaba / [...] / aunque quiso llegó tarde, / que estaba la Migajita / revolcándose en su sangre...”
Aparece también un discurso religioso sustentado por diversas imágenes del texto: “[...] la miramos de rodillas / ante el hombre, suplicante” “Y el Ronco está como piedra / en medio de los sacrificantes [...]” “[...] y atente a la Virgen pura / para que tu alma se salve.” “[...] a su Ronco que idolatra, / que fue su amor y su gloria.” “Tú, ampáralo con tu sombra, / sálvalo, Virgen María [...]” Puede observarse por un lado que la figura masculina está ligada a una cuestión eminentemente pagana, mientras se privilegia a la Virgen como figura poderosa.
Si la mujer vale por su virginidad, es condenada ante cualquier contacto con la figura masculina. El Ronco ataca a la Migajita por una cuestión de celos; y cuando la instancia narrativa aclara que éste es motivo de idolatría de la mujer, al grado de despojarse de todo para darle sepultura digna, ella muere.
Existe entonces un serio problema con la figura femenina, pues ésta es vista desde dos perspectivas distintas que, sin embargo, convergen en un mismo punto que atacaremos más adelante. Por un lado, a la mujer se le tiene como figura de culto, valiosa por su status de virgen; por otro, se le condena al grado de perder su nombre, identidad, pertenencias y vida una vez que a conocido una figura masculina. Mientras la primera cumple un rol activo, capaz de amparar y proteger al hombre, la segunda será, literal y metafóricamente hablando, una perdida.
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Se sabe del Ronco, gracias a la instancia narrativa, que ataca a la Migajita en un arrebato de celos, con lo cual no hace más que confirmar su hombría. El macho defiende, marca sus propiedades. Se nos dice también que muere en la cárcel y cómo es que la mujer sacrifica todo para darle una muerte digna a su hombre: “[...] vendan mis aretes de oro, [...] loza fina, [...] seda, [...] la cama de fierro, [...] y entierren con lujo a ese hombre [...].” El nombre del macho es develado y definido gracias a la instancia femenina, capaz de abandonar propiedades e identidad hasta en la muerte: “[...] hay una cruz levantada / de pulida cantería / y en ella el nombre del Ronco, / ‘Arizpe José Marías’, / y al pie, en un montón de tierra, / medio cubierto de ortigas, / sin que lo sospeche nadie / reposa la Migajita [...].”
Tomemos ahora el cabo que dejamos suelto. En él referíamos el conflicto de la figura femenina vista desde dos perspectivas: la de la virgen como objeto digno de adoración, y la de la perdida capaz de sacrificarlo todo. Ambas coinciden en que pueden salvar al hombre y brindarle identidad. La figura femenina violentada, la Migajita, carente de identidad, de nombre, encomienda el alma del macho a la Virgen María al tiempo que entrega sus pertenencias y su reposo con tal de brindar lujo al Ronco, quien a partir de este momento adquiere una identidad definida, un nombre.
Tenemos pues, los siguientes textos semióticos que nos ayudaran a obtener una serie de conclusiones sobre el texto.
Masculino / Femenino
Idolatría / Fe
Definición / Indefinición
Activo / Pasivo
Exclusión / Inclusión
El texto “Romance de la Migajita” presenta un conflicto de identidad entre las figuras de lo masculino y lo femenino. Mientras a la mujer se le localiza en el campo de lo religioso, del culto a la virginidad de una sociedad evidentemente Marista, el hombre viene a trastocar ese valor; se pierde la identidad y se gana una idolatría. Esto permite que la indefinición de uno defina al otro. La mujer queda como un ente indefinido que brinda identidad a la figura masculina y en ese proceso el hombre se asume como una figura activa que excluye a los pasivos carentes de identidad.
Finalmente se vuelve conveniente visualizar a imagen de la mujer a los pies de su hombre en el texto. Cuando recibe las puñaladas, la Migajita se abraza a las rodillas del Ronco, mientras que en la muerte se encuentra completamente subyugada. Sin identidad, sin nombre, sin sepultura propia, la mujer termina bajo el poder de una figura masculina que la violenta en la misma muerte.