domingo, 16 de mayo de 2010

10 de mayo de 2010
Destierros voluntarios
Hay libros que por derecho propio se ganan la categoría de inmortales. Lo hacen por el conocimiento que contienen, porque hacen que uno se descubra y se rehaga página tras página y línea tras línea. Hay libros que son como la vida, y hay vidas que ni siquiera merecen ser contadas: son insulsas, soeces, dignas del olvido. Hay vidas y hay momentos que merecen la inmortalidad que brinda la más pálida de la tintas y hay personas tan efímeras que ni siquiera merecen una línea escrita sobre las dunas del desierto...
Pienso en los libros inmortales, insoportablemente leves, y trato de compararlos con aquellas vidas que merecen que una pálida tinta trate de inmortalizarlas. Pienso en mi abuelo, por ejemplo. Pienso en tu vida y en mi vida, en los dimes y diretes, y recuerdo de pronto ese libro que es sabiduría hecha ficción. Pienso en Sabina traicionando a su patria, llena de personas que levantan el índice en un tono acusatorio; pienso en la derrota y los reproches: tu única arma disponible para tratar que el mundo gravite sobre ti.
Me pierdo en la idea de la patria, el lugar del padre y del abuelo. Cuando pienso en lo poco que nos hermana siento vértigo: soy de pronto un personaje de Kundera hambriento de traición; me vuelvo insoportablemente leve y me alejo del lugar paterno, de esa patria que a veces me repugna por estar plagada de personas como tú: hambrientas de protagonismo.
Reniego de mi patria porque no amo esa bandera cuyo reverso es el de la hipocresía. El amor de mi abuelo que fue nave y fue bandera fue corrompido por reclamos tan absurdos como innecesarios. Ahora hago astillas de ese amor para naufragar a mi manera, para traicionar y alejarme de lo que me incomoda, aún a sabiendas que esa traición original me alejará más y más de esa playa que llamamos la familia. Prefiero navegar un tiempo a la deriva en los despojos de esa nave que fue amor que hacerlo en mala compañía.

domingo, 9 de mayo de 2010

07 de mayo de 2010
In memoriam...
Poco a poco la imagen va cediendo al paso del tiempo. La memoria es una débil aliada cuando se trata de fijar los recuerdos en la mente: idealizamos el momento, elegimos qué guardar y qué olvidar. La memoria es más bien la narración de nuestra historia...
***
De tu funeral recuerdo una puerta cerrándose tras de ti. Ahí se fue una parte de mí, de ti y de tu familia. Quedamos nosotros, quienes de entre tus cenizas tendremos que armar nuestros recuerdos. Los míos, si bien no son tan dolorosos, tampoco son tan gratos.
Incluyen el mal sabor de boca que dejan los hijos de puta que rechazan un abrazo, un gesto de cariño; de aquellos que no sienten compasión por un dolor compartido. De aquellos que en nombre de tu amor y tu memoria alzan la bandera de la hipocresía: hambrientos de un protagonismo fuera de lugar, levantando los pulgares para brindar la clemencia que cual césares se sienten autorizados a brindar, enviando al matadero a quienes no son favoritos de esa élite que ellos representan.
Queda el dolor en el pecho, pero queda también la calma de quienes aprovechamos tus últimos momentos de vida. Queda tu mano alrededor de la mía, extensión de tu cuerpo hecho uno con la cama donde de seguro falleciste. La despedida silenciosa, el tejido invisible de nuestras miradas. Un suspiro eterno, el llamado a quienes no pudiste ver y mucho menos nombrar, porque en ello se te iba la vida... Esa era la sensación de tu mano entre las mías.