martes, 1 de mayo de 2007

2 de abril de 2007
(Contraindicación: Ésta es una carta a un amor que sí existió, en una tierra incierta y en un tiempo cuya concepción aún no alcanzo a comprender...)
Para tu imagen que ahora fluye...
¿Cómo ensayar con las palabras? ¿Cómo si esta noche me has quitado la fe que en ellas depositaba? Las palabras, Cristina, la certidumbre que me daba el refugiarme en un discurso improvisado o previamente elaborado. Esa era la fe que me quedaba. Claro, no busco culpables. No es que esta carta sea el reclamo que nunca podré hacerte, pues para ello necesito mis palabras, y ésas, Cristina, ésas las tienes tú.
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¿Curiosas las palabras, no? Las usamos dependiendo siempre del contexto en el que estamos, y sin embargo, no somos plenamente concientes del uso que les damos. Curiosas las palabras porque ahí están, capaces de expresar tantas y tantas cosas, mas cuando tratas de decirle a alguien lo que sientes no te alcanzan. Curiosas las palabras, porque esa incapacidad para poder usarlas depende única y exclusivamente de nosotros los poetas, Cristina. Curiosas las palabras, los títulos, los nombres, porque no son el molde perfecto que nosotros queremos que sean. Curiosas las palabras porque no definen absolutamente nada.
Pensaba en ellas, Cristina, en su caos y en cómo pretendemos atarlas al rígido cosmos. Pensaba en lo instantáneas que son, la forma en que un te quiero no se parece en nada a otro anterior o posterior. Pensaba en eso, pues, y de pronto te vi frente al río donde pasábamos todas las tardes. ¿Lo recuerdas? Su caudal no era fuerte, y en ese sentido era parecido a mis palabras. Su paso suave y delicado, sin embargo, era constante. Y justo ahí era similar a mis palabras.
¿Por qué el símil? Me gustaría escuchar esa pregunta de tus labios. Sólo así podría responderte que no toda declaración amorosa se da en el terreno de la transgresión. Quizás de esa manera la constancia de mi amor podría definirnos un rumbo compartido. Sin embargo estamos ante un río que se bifurca, y la unión y la constancia que en un tiempo nos caracterizó es lo que ahora mismo nos separa. Lucho eternamente contra la corriente y trato de regresar al punto donde tu y yo nos separamos, pero no puedo.
Me habría gustado ser el piloto que navega sobre tus aguas, dejándome llevar por la caótica fuerza de tu cause. Preferí la alquimia y gracias a las palabras pude fusionarme en ti. Éste río nos llevó por rumbos diferentes y justo en ese transcurso te llevaste mis palabras.
Vuelvo la mirada hacia el río que una vez fuimos. Arranco esta hoja con la inocente ilusión de que este barco de papel llegue a tu destino. El sol asoma tímidamente algunos rayos y alcanza a proyectar de manera sutil mi sombra en estas aguas. Te veo junto a mí por un instante cuando, de pronto, el reflejo de la luz me ciega. Una vez que abro los ojos el agua se lleva tu recuerdo.
Adiós, pues, mi querida Cristina. Ya no preguntes por qué súbitamente te he cambiado el nombre. Los nombres, los títulos y las palabras no definen absolutamente nada. Mi barco, impulsado por el agua y por el aire toma ahora un rumbo nuevo...
Tuyo...
XXX.
21 y 22 de marzo de 2007

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