miércoles, 21 de abril de 2010

20 de abril de 2010
De certezas, escombros y otra clase de despojos...
Atrás quedó el tiempo de los despojos, sin que ello me salve de la más terrible ironía: la reconstrucción requiere de los escombros del pasado, materializados por arte de la palabra escrita en el único libro que en verdad me regalaste. (“Destruye, porque toda creación viene de la destrucción. Porque toda construcción está hecha de escombros, y nada es nuevo en este mundo más que las formas” reza Schwob en ese libro que poesía y credo al mismo tiempo).
Leo una vez más La insoportable levedad del ser, recogiendo en el camino los escombros que me son necesarios: unas cuantas frases para apuntalarme y algunas cuantas conclusiones para darme forma. De Teresa el vértigo, la debilidad, los celos y los sueños; de Franz, el deseo de crear un territorio inaccesible de pureza; de Sabina el deseo de abandonar las propias filas; de Tomás, la necesidad de estar ahí...
Me quedo con las charlas... Lecturas de la vida y de los libros. Escribimos para aprender, no para enseñar. Practico la esgrima verbal, ese arte que no sólo exige que sus competidores sepan hablar, sino que además utilicen el vocabulario de manera adecuada, con miras a desarmar al rival. Descubro que el odio hacia el otro se da porque encontramos en él lo que no queremos ver en nosotros mismos. Escribo para explicarme a mí mismo.
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“Ella se toma los naufragios como remedio, y yo pienso que soy capitán de barco... Hace de las astillas su esperanza, porque se ha vuelto especialista en construir, de los restos de cada hundimiento, un nuevo velero que la lleve a otro naufragio... Piensa que después del naufragio principal cada uno de los siguientes la acerca más a la orilla, y me engaño creyendo que esa orilla soy yo, a pesar de que estoy mar adentro, muy mar adentro, tan mar adentro que se me han acabado las astillas y grito por mi propia salvación...” Veo de nuevo a Sabina, la que está hecha de letras, construyendo barcos atada a un Paracaídas que no abre. Ella piensa que la traición original será compuesta con traiciones posteriores, sin darse cuenta que se aleja cada vez más de dónde quiere estar.
Veo una nueva Sabina, real, de carne y hueso y sin embargo parecida a la mujer de Kundera. Su bombín ha perdido esa negrura para pintarse de colores más amables. Veo una nueva Sabina y le pido que no me traicione; jamás lo ha hecho, pero le pido que no lo haga. Veo a una nueva Sabina y no sólo me engaño: pienso y deseo creyendo que esa orilla soy yo...
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Atrás quedó el tiempo de las certezas. Los días de mirar a través de la ventana parecen haber terminado sin avisar cómo. El hombre se levanta una mañana de su cama y deja de añorar aquel balcón donde solía ser espectador de un ritmo de vida que le parecía ajeno. Desde las alturas observaba, pues casi parecía impedido a adentrarse en ese flujo que eran las calles a sus pies. Ahora, con un nuevo horizonte, el hombre de la ventana decide correr la persiana antes de salir a la calle y tomar conciencia de sí mismo.
Le queda la resaca. La de anoche fue una noche de cervezas; la última, quizás. El dinero ha sido poco, es cierto, porque el día a día lo ha obligado a buscar en los resquicios del bolsillo esa última moneda que sabe a cebada fermentada, buscando satisfacer las necesidades de lo inmediato y no de lo fundamental. El hombre se levanta, olvida incluso la resaca. Atrás quedó el tiempo de las certezas. El futuro sabe incierto, sí, y sin embargo el hombre lo afronta con su nueva forma, hecha de palabras convertidas en aprendizaje. Ahora sólo busca ser... Feliz... y nada más...