martes, 1 de mayo de 2007

20 de marzo de 2007
La nación Energizer
Una de las características que mejor define a las pilas Energizer, amén de ser alcalinas y funcionar con toda clase de aparatos eléctricos, es que siguen y siguen y siguen... México, país que evidentemente no funciona con pilas, sí opera, ideológicamente hablando, bajo los principios del conejito rosado que reparte tamborazos a diestra y siniestra.
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Cuando se produce un texto, entendiendo por texto todo aquello que puede ser leído o decodificado, como una película, una canción, un discurso político o un poema, no sólo se transmiten intenciones estéticas. De la mano de éstas van implícitos proyectos de pensamiento, ideologías que, gracias a la lectura, se establecen en la mente de esos lectores. Algunos textos, sin embargo, son más intencionados que otros.
Tomemos, por ejemplo, la trilogía de Pepe el Toro. Algo en extremo inocente, cuyo único fin es transmitir un poco de sano esparcimiento a las clases populares que en esas cintas se ven reflejadas. ¿Será? ¿Entonces por qué la incesante retransmisión de una estrella más del canal de las estrellas? Porque dicha trilogía, más allá de ser muestra fiel de la clase media baja de las incipientes urbes modernas de los años cuarenta es el proyecto de lo que todo buen mexicano debe ser: machín, jalador, parrandero, que suple sus carencias siendo compañero de una mujer sumisa y medio pendeja, por no dejarla tan mal parada, y padrote a más no poder. Eso sí, su mujer es intocable, pues es ella la que le brinda identidad. México, país de machines definidos por una figura matriarcal. ¿Verdad, mi chorreada?
“¿Y qué puedes esperar de una estrella más del canal de las estrellas?” Las voces de los pseudo intelectuales se exacerban y dicen que esa la función de Televisa. Sólo por molestar, para demostrar que este fenómeno no es exclusivo, decido tomar, de forma algo azarosa, a la novela más representativa de las letras mexicanas, la cual marcó un hito dentro de su generación, rompió fronteras por su innovador manejo de la temporalidad y todas esas monadas que tanto alaban los buenos críticos literarios. Efectivamente, les doy la razón. La mejor novela mexicana, por todo lo que implica, es Pedro Páramo. La figura patriarcal en su máxima expresión. El hombre dueño de tierra, mujeres, favores; el papá de todos los pollitos, parecido a lo que en ese entonces era (¿o sigue siendo?) el gobierno de México.
Si eso sucede con textos enfocados al esparcimiento ¿qué pasará con nuestros textos fundacionales? ¿Qué hay detrás, por ejemplo, del grito de Independencia? Dentro de las diversas versiones que existen de este hecho histórico, la más respetada es la que establece el siguiente llamado: “Mexicanos: ¡Viva México! ¡Mueran los gachupines! ¡Viva Fernando VII!”
Este texto, pequeño en extensión, es grande por todas las incidencias que puede arrojar respecto a un grupo social. En primer lugar se encuentra un llamado (Mexicanos), una delimitación exclusiva a un grupo de personas con algo en común: la idea de la nación. La instancia discursiva arremete privilegiando una situación de vida y muerte, donde la vida representa lo que se desea y la muerte a un enemigo claramente definido como lo opuesto a lo mexicano: los gachupines. Sin embargo, aparece el conflicto. Uno de esos llamados a la vida va dirigido a alguien que no es mexicano: “¡Viva Fernando VII!” Lo que se privilegia en todo caso no es a la persona, sino a lo que representa. Fernando VII aparece como parte de una monarquía elegida por dios, de una élite de poder.
Si estamos ante una frase fundacional para México, podemos asumir que desde su origen el mexicano tiene una idea trunca de lo nacional. Ese nacionalismo trunco esconde manipulación, represión y alienación. Las aparentes contradicciones, nada gratuitas, en realidad no funcionan como tales, pues su función es dejar un sentimiento de inconclusión de lo mexicano donde se privilegia a un individuo, al elegido todopoderoso.
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¿Por qué México es un país que favorece la repetición de sus discursos? ¿Por qué domingo a domingo nos encontramos con la bonachona y pícara figura de Pedro Infante en algún canal de Televisa? ¿Por qué Pedro Páramo, a cincuenta años de su publicación, sigue siendo la novela que leen niños y niñas, chiquillos y chiquillas de muchas secundarias del país? Simplemente porque la repetición de esos discursos favorece la permanencia de un status quo donde poderosos siguen aprovechándose de una mayoría ignorante. Seamos la nación Energizer. Dejemos que el discurso siga y siga y siga...

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