lunes, 25 de febrero de 2008

21 de febrero de 2008
Crónica en cuatro actos y una coda
Acto primero
(Entrada del teatro.) (Rodeado por una multitud de gente, Juan Carlos espera escuchando los diálogos de una pareja cercana a él.)
MUJER UNO: (Ropa formal, pantalón negro y camisa morada.) (Gritando.) (Entonación snob en todos sus diálogos.) ¡Hola!
MUJER DOS: (Ropa casual, pantalón de mezclilla, playera blanca, y botas.) (Emocionada.) (Misma entonación snob en todos sus diálogos.) ¡Hola! ¡Qué milagro! Hace siglos que no te veía... ¿Sigues en el Iteso?
MUJER UNO: (Emocionada.) ¡Ay, sí! ¡Qué emoción! Estoy a punto de terminar mi tesis, porque si no la termino en marzo tengo que pagar el próximo semestre. Tú sabes cómo...
MUJER DOS: (No deja que termine la oración.) ¿Y de qué es tu tesis?
MUJER UNO: Es un programa para enseñar francés en el Enrique Díaz de León. Como ahí no tienen clases de idioma... (Pequeña pausa.) Pero, no inventes; mi asesor me pide unas cosas rarísimas para complementar mi proyecto: que psicología lingüística y otras cosas. Te lo juro, he ido a bibliotecas y librerías y no encuentro nada de eso. De vez en cuando me encuentro libros de psicolingüística, pero de ahí en más ¡nada! Yo no sé para que lo necesita si ya sé hablar francés. (Indignada) Y todavía quiere que le redacte 30 cuartillas ¡Una cosa loquísima!
(Abren la puerta del teatro.) (Inicia el barullo, mismo que no permite oír la despedida de las mujeres.) (Mujer dos retoma su lugar en la fila.) (La boletera recomienda a todos apagar sus celulares.)
Acto segundo
(Al interior del teatro.) (En el escenario se desarrolla, con técnica clown, Esperando a Godot.) (Gente que llega tarde toma su lugar interrumpiendo a quienes ya han ocupado su asiento.) (En medio de los espectadores se encuentra Juan Carlos.)
JUAN CARLOS: (Con la mochila entre las piernas, pese a tener lugares desocupados a ambos lados, observa atento el desarrollo de la obra.) (No ríe, aunque mucha gente lo hace. Sólo ocasionalmente esboza una pequeña sonrisa. Gesticula pensativo.)
Acto tercero
(Intermedio.) (Vestíbulo del teatro.) (Gente comprando comida en el pequeño estanquiillo.) (Murmullos.) (La vendedora es la única voz que se distingue.)
VENDEDORA: (Voz aguda y gangosa, como la de Didi.) ¿Qué va llevar?
Acto cuarto
(Al interior del teatro.) (En el escenario se desarrolla la última escena de Esperando a Godot) (Estragon y Vladimir se abrazan y quedan inmóviles. Un celular suena con la cumbia “Los luchadores”. Miradas de desaprobación en cara de algunos espectadores y risas esparcidas entre el público.) (Juan Carlos, ya sin su mochila, observa)
JUAN CARLOS: (Musita con molestia, pretende ser categórico) ¡Pinche banda irrespetuosa!...
Tras bambalinas
JUAN CARLOS: Esperando a Godot es una obra que, como dijera el propio autor, era “horriblemente cómica”. Sí, Beckett también dijo sobre sus personajes que eran como payasos, lo advierte el programa de mano, pero de eso a llevar la técnica clown a una obra que no la necesita hay un abismo. Al realzar innecesariamente los rasgos de comedia que refiere Beckett no se respeta su trabajo, y sólo se le caricaturiza, logrando no una obra del absurdo y sí de lo grotesco. Así pues, al clown lo que es del clown y a Beckett lo que es de Beckett. (Se cierra el telón.)

miércoles, 20 de febrero de 2008

20 de febrero de 2008
Plegaria
Nadie me enseñó a rezar ¿sabes? Supongo entonces que comprenderías si en algún momento soy incapaz de articular una plegaria adecuada, una que al menos te convenza.
Sólo como un gesto, como el que espero que tengas para conmigo, comenzaré por el principio. Suena redundante, lo sé, pero supongo que algo he aprendido estando junto a ti. O, ¿quizás deba corregir?, estando apilada junto a las otras. Porque jamás he estado a tu lado, jamás he sido tuya. Sólo hoy, sólo esta noche soy tu primera opción para el diario ritual de tu escritura.
¿Tú crees que no me he dado cuenta? ¿Crees acaso que ignoro tu hora de llegada; cómo maquinal, fríamente, tomas posesión de tu lugar de amo y señor para inmediatamente posar tus dedos sobre ella? Lo que hemos tenido que soportar, pues no eres tú quien deposita sus ideas sobre nosotras. No. Es ella, quien una vez que ha sentido la punta de tus dedos golpeando una, dos, tres, infinito número de teclas, obedece a tus órdenes para después plasmar tus deseos sobre nuestra blancura. Sólo un clic y listo. Así terminas de vaciar tus ideas, con ella como intermediario, sobre nosotras.
Atribuyo a tu comportamiento la mancha ahora brota de mi ser.
Y las veces que has ignorado tu ritual. ¡Si tan sólo hoy fuera una de esas noches, donde enfebrecido ignoras tu computadora y tú, sólo tú profanas nuestra blancura! Porque, seamos claros, hoy soy la primera, y soy yo quien hoy desea de sentir el roce de tu piel. ¡Si por una noche más ignoraras que la tienes a ella!
Sólo así te pediría lo que nunca te he pedido. Sólo así te pediría que me tomaras con tus manos, que con sumo cuidado me dejaras reposar en la lisa superficie de tu escritorio de madera, mientras preparas, extensión de tu cuerpo, la punta del grafito, para así depositar sobre mí tus más profundos pensamientos. Que iniciaras en la pureza de mi ser, en la virginidad de esta hoja en blanco, la novela erótica de la que tanto has hablado. Sentir el lujurioso desliz con el cual das forma y color a tus personajes.
Y tú, excitado, con el ánimo y la inspiración a punto, plasmando palabra tras palabra, descuidando incluso esas estúpidas reglas ortográficas, sólo para regresar sobre lo escrito y dejar una nueva mancha sobre mí, una mancha tuya, producto de tu pensamiento, y no de mi naturaleza.
Escucho entonces el sonido de la llave, penetrando en la ranura de la puerta, el movimiento circular de la cerradura que ahora, milagro de tu mano, cede con la impaciencia del que trae una nueva idea rondando en la cabeza. Mi plegaria surte efecto; tras el prometéico acto de traer la luz para nosotros, te abalanzas sobre mí.
Tiemblo al sentir el pulso de tu corazón en la punta de tus dedos; me manipulan, me sostienen, sólo para comenzar a comprimirse sobre mí. ¿Por qué? ¿Por qué me oprimes; por qué me asfixias y cierras la luz entre tus dedos que ahora se reúnen en un puño? Recogida sobre mí misma por la fuerza de tu mano, mientras me abandonas a mi suerte en el cesto de basura, alcanzo a distinguir unas cuantas palabras que refieren mi estado mancillado. Nunca pensé que te importara tanto una pequeña mancha sobre la que yo creí mi inmaculada superficie...

sábado, 2 de febrero de 2008

25 de enero de 2008
Un paréntesis no literario
Cuando hace más de un año inicié la aventura titulada La ultima tentación, en honor a la célebre novela del griego Niko Kazantzakis, no tenía en claro el rumbo que tomaría esta página; es obvio que por aquel entonces tampoco tenía una noción clara del estilo que pensaba utilizar para iniciar la tarea impuesta en aquel momento. Cierto es que asumí la responsabilidad de escribir una cuartilla diaria como mínimo, pues era pertinente demostrarme cuán capaz era para lograr ese propósito. Así, durante al menos cuatro meses mantuve vivo el interés de sentarme todos los días frente a una computadora para escribir cosas que tal vez no eran del agrado de todos, o que, en su momento, ni siquiera fueron leídas. Comentarios de amigos y conocidos me demuestran que, pese a todo mi escepticismo, este espacio recibía visitantes, sino constantes, atentos a los primeros intentos de este escribidor.
Con el paso del tiempo las cuartillas fueron disminuyendo, a la par de la ingenuidad con la cual me sentaba frente a la pantalla. Lo que en su momento fue desparpajo, poca ilación de las ideas, y una visión cómica para describir el diario acontecer de esta surrealista tierra, fue tomando cierta consistencia que ha cuajado, pienso yo, en algo que, orondamente, debo decirlo, es un atisbo de estilo personal.
Ese estilo, sin embargo, no ha sido muy practicado en días recientes. Ello se debe a muy diversos factores, entre los cuales conviene anotar, en primer lugar de la lista, a la hueva. Ya en la primer entrada, capítulo, o como sea que usted prefiera llamarlo, de este blog, anunciaba la imposibilidad de la escritura que tenía el maestro Arreola para sentarse a escribir su Bestiario, y todo por culpa de la enfermedad de los huevos de oro.
No es la hueva, hay que decirlo, la única culpable. Y no lo es porque justo el año que acaba de terminar significó una serie de problemas que fácilmente pude haber sorteado, entre ellos el amor, mismo que, seamos sinceros, prefiero tener a mi lado. Así es, señoras y señores del jurado, amables lectores, distraído paseante que por accidente escucha estas confesiones que a la larga serán de su agrado. El año 2007, suma que espanta y sin embargo resulta tan insignificante, arrojó para mí una experiencia de nombre anónimo, la cual, brindémosle su crédito, anunció desde un principio cuán dañina sería para la salud de quien esto escribe. Un reproche a estas alturas resulta innecesario, pues, en honor a la verdad, los momentos gratos que pasamos, incluida la noche donde su anatomía hizo aparición en la ciudad de Querétaro, o los prodigios de su cuerpo junto al mío, así como las letras e ideas que entre ambos concebimos, valen más que ese silencio inexplicable de su parte.
Menudo problema es, pues, el del amor, como para pensar, de forma ingenua, que será resuelto en unas cuantas líneas. Preferible es, entonces, abordar otro problema sabiendo de antemano la inutilidad de encontrarle solución. La cuestión es ¿qué discutir? ¿Mi perenne idealismo? Este puede ser un tema que dé para mucho, pues vaya que este año que recién termina estuvo tupido de inconvenientes ocasionados por ese afán de buscar la utopía. Fue por eso que enfrenté al sistema, esa máquina que devora hombres y defeca locos, sobre todo si esos hombres no poseen un espíritu débil y manipulable. La impresión que me deja esa lucha es la de una soledad muy grande.
Es entonces que llegamos al punto medular del asunto. Y es que yo no lo sé de cierto, pero, hasta donde recuerdo, hace bastante tiempo que no sentía al viento correr a ambos lados de mi cuerpo. La mía, debo decirlo, es una soledad muy extraña, pues aún cuando mis amigos están conmigo, y vaya que los tengo y muy buenos todos ellos, pienso que caminar con el aire como única compañía no es muy sano para la salud emocional del individuo en cuestión.
Así las cosas, seguiré esperando la llegada de Cristina, mi equivalente de la dantesca Beatriz...