lunes, 30 de junio de 2008

25 de junio de 2008
De libros y amigos
No es un secreto a voces o algo parecido. Todo aquel que se precie de conocerme está consciente de la importancia que tiene la amistad en mi vida y, mejor aún, sabe que uno de los condimentos para ese nexo se encuentra entre las páginas de un libro. No es casualidad, pues, que Pubis angelical sea algo más que una excelente novela del uruguayo Manuel Puig, y que cada aguacate untado con esmero al calor de una tortilla recién hecha sea el ocasional recordatorio de una tarde de noviembre donde desafortunado fue El último lector que no alcanzó para sí las palabras de David Toscana.
La palabra como nexo; me agrada la idea de reconocer a un cómplice escondido en cada poema de aquella antología de Gutiérrez Vega, encontrada para ti en aquella despreocupada excursión a Querétaro. ¿Verdad, Sikaria? ¿O tal vez deba llamarte Cristina? Tu nombre poético me trae a la memoria, por cierto, a la culpable de mi pasión por Schwob, capaz de hacerme notar todas las posibilidades del agua en un poema de cummings, y responsable directa del azar de aquella posesión compartida entre el maestro Arreola y yo.
El eslabón del azar me recuerda también lo mucho que le debo a La insoportable levedad del ser, y la gran cantidad de personas perdidas y encontradas en cada una de las 320 páginas de aquella edición de Tusquets regaladas por la figura paterna. Así, luego de la promesa del amor que surge de las coincidencias, y el cliché de la chica tras la barra de una cafetería, pienso que es mejor hablar de lo fantasmas.
“¿Qué es un fantasma?, preguntó Stephen. Un hombre que se ha desvanecido hasta ser impalpable, por muerte, por ausencia, por cambio de costumbres”, dice Joyce en el Ulises, y Borges rescata la frase en aquella edición de la Antología de la literatura fantástica compartida entre Elena y yo. Sin embargo, la cita no es un tributo a mi querida chica del asfalto, y más bien evoca la nunca desvanecida imagen de Selene, amiga entrañable de la tierra de Tlaxcala, y lectora, como yo, de ese gran fantasma de la literatura mexicana que es Francisco Tario.
Algunas noches, algunos fantasmas, del buen Tario, debe ser, sin duda, uno de los tantos libros obtenidos gracias a la generosidad de la ya mencionada Elena, sin hache, por favor, que no queremos ocasionar ningún conflicto propiciado por su belleza. La nuestra es, cabe decirlo, una amistad protegida, de una u otra forma, por alguna página de Borges, como se habrá notado líneas arriba.
La presencia de Borges me dará pie para cerrar este texto, no porque se hayan agotado los amigos o los libros que me los recuerden, pues ahí están Paola y la cuarta vuelta por Rayuela, Nohemí oculta tras el monitor y un cuento de Clarice Lispector, entre otras tantas entrañables compañías. No. Si elegí a Borges es porque, al igual que él, me gusta el sabor del café y la prosa de Stevenson. Fue en un libro de este último donde hace dos años coloqué con mucho cariño la caricatura que Melissa realizó para mí en una noche de cervezas en el hotel donde toda la delegación de Querétaro se hospedó con motivo del Encuentro Nacional de Estudiantes de Letras efectuado en Guadalajara, y que hace unos cuantos días, luego de una obligatoria pero gustosa vuelta Stevenson, reencontré con el mismo sentimiento. Un amigo más, como siempre, luego de una grata lectura...