miércoles, 3 de febrero de 2010

3 de febrero de 2010
Palabras no dichas...
Esta tarde el cielo decidió llorar conmigo. O yo con él. Como sea, ambos compartimos la melancolía que se ha encarnado en lo más profundo de nuestro ser, volviéndonos un perenne mar de lágrimas que trata de limpiar los errores de las palabras no dichas, de los secretos guardados que se clavan poco a poco en esta carne fresca que palpita y que duele... Esta tarde el cielo decidió llorar conmigo, o yo con él; salgo a fumar un cigarrillo con la esperanza de llevar un poco de calor hasta lo más profundo de mis huesos, pues esta soledad buscada a lo largo de silencios me lleva a estar aquí, en el balcón de esta casa que cada día se aleja más de mí, que ha dejado de ser habitación y se convierte en una estancia: mi melancolía y yo en un mismo espacio.
Desde las alturas, jugando con la idea del vacio pero refugiado en mi balcón miro los vehículos: transportan a personas que decidieron afrontar el día a día. Personas refugiadas tras abrigos, paraguas o impermeables, que lidian con la vida tal vez sin la conciencia de lo que pasa, que ignoran que allá arriba, oculto en un balcón, resguardado de la lluvia pero no de sus efectos, está un solitario por convicción acompañado de sus dudas, culpas y complejos.
Ese solitario los mira caminar y piensa. Piensa en su vida que se precipita poco a poco como las gotas que ahora empapan a la multitud y trata de reconciliarse con ellas: con la multitud y con su vida. Ese gran solitario que soy yo piensa en sus silencios, las pausas que hay entre gota y gota, las pausas entre palabras, frases y discursos, y las consecuencias de los mismos. Mientras lo hace espera reconciliar al niño que ya fue con el adulto que ya es. Sabe que no habrá canciones de cuna para él, para los suyos. Lo sabe, pero se refugia en las canciones. Y mientras tanto el cielo llora junto a él...