sábado, 31 de mayo de 2008

25 de mayo de 2008
136
¡Atención, analistas literarios! Si el destino, caprichoso como es, hace que este texto sea leído por uno de los miembros de su exclusivo club, y si acaso fuera víctima de alguno de sus métodos, quiero anticipar desde ahora que no encontrarán en el número 136 alguna clase de simbolismo oculto. He de aclarar desde ahora: no estamos ante una cantidad tántrica o cósmica; mucho menos se trata del número de pasos que separan mi habitación del cuarto de baño, y ni siquiera ahí está la clave para comprender el universo. 136 es sólo eso, un número, un punto elegido al azar de entre una sucesión infinita de puntos.
Acaso mencionarán, atinadamente, que 136 es una cantidad, sería un craso error no hacerlo, y que, por lo tanto, me encuentro inmerso en una sociedad basada exclusivamente en términos de numéricos y signos matemáticos: balances, pérdidas, y toda una larga lista que no viene a colación cuando otros ya la han hecho.
136 es sólo un pretexto, acaso para recordar el olor de su sexo virgen entre mis dedos, una tarde de cine junto a ella, los kilómetros por hora que pretendíamos arrancarle a la carretera en una tarde de primavera, y sí, la broma de Cate Blanchet la noche en que caminos de agua se dibujaron en tus mejillas. Jamás imaginé lo que pasaría 136 horas después...