domingo, 31 de diciembre de 2006

26 de diciembre de 2006
Kazantzakis

¡Kamikaze! Encontré la palabra. Y es que no es sencillo el juego de iniciar un texto con la primera letra del título. Es suicida. A pesar de todo lo logré. Por otro lado, no deja de ser curioso el que haya elegido una palabra que directamente nos remite a una guerra mundial. Justamente en un conflicto de este calibre se inspiró el griego Niko Kazantzakis para escribir lo que la crítica ha considerado su obra máxima: Cristo de nuevo crucificado.
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Muchos conocen a Kazantzakis y ni siquiera lo saben. Más de alguno ha visto The last temptation of Christ (La última tentación de Cristo), cinta de Martín Scorsese que, entre otros atractivos, incluye la actuación de David Bowie. Mucho menos popular entre personas que llegan a los veinticinco años de edad es Zorba, el griego, protagonizada por el genial Anthony Queen. Pero ¿qué tienen en común estas dos películas tan alejadas cronológicamente una de la otra? Que ambas son adaptaciones a las respectivas novelas del ya citado novelista griego.
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La última tentación fue, en sus tiempos, una novela criticada porque Jesucristo podría conocer (en sentido bíblico) a María Magdalena. Esta “terrible” idea, la de suponer que el Mesías era un hombre con deseos sexuales como el resto de los mortales, le negó al escritor, vía peticiones de la iglesia ortodoxa griega, el premio Nóbel de literatura, del cual varias veces se mencionó su nombre entre los candidatos.
Sin embargo, más fuerte que el supuesto encuentro carnal entre María Magdalena y Jesús, la novela le plantea un dilema al protagonista. Si él es el hijo de Dios, puede utilizar su poder para bajar de la cruz y vivir una vida normal. Jesucristo comienza a imaginar lo que pasaría en caso de tomar tamaña decisión, para finalmente aceptar el yugo que le ha impuesto el padre.
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Contrario a La última tentación, donde el hombre termina actuando acorde a sus prédicas, en Cristo de nuevo crucificado vamos a encontrar que todos los valores son una mascarada. La novela trata de mostrar a un pueblo aparentemente seguidor de los principios cristianos que, justo cuando tiene la oportunidad de ayudar a su prójimo, lo persigue.
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La máscara implica algo visible y algo velado. Va de la mano la representación y la actuación; se finge algo que no se es. Su uso, por lo tanto, conlleva a la negación del ser. Una sociedad enmascarada termina nulificándose; acaba atrapada en un juego de apariencias del que es muy difícil salir. Entre otras cosas, esa es una de las lecciones que obtenido de la constante lectura de la obra de Kazantzakis.

1 comentario:

Manuel Romero dijo...

a lo mejor porque no admite comentarios anónimos no hay muchos por estos lares, señor, nuevamente, aquí leyendo mientras se queman los frijoles y gracias por hacer un resumen de esta historia, seguramente en el futuro a alguien le servirá. ANIMO