viernes, 8 de diciembre de 2006

4 de diciembre de 2006
¡No puedo más!

No sé por qué, pero no puedo escribir. Quizás retengo demasiada caca en el recto para intentarlo, como bien nos decía la doctora Lao. Su teoría de la vida era muy sencilla: las personas que no saben disfrutar de la vida no van seguido al baño. Y es que estoy de acuerdo con ella en que este lugar es uno de los espacios más íntimos que tiene el ser humano. Increíblemente de muchos pero misteriosamente privado.
Dice Jodorowsky que la soledad es no saber estar con uno mismo. Mi profesora comentaba que a sus casi cincuenta años aprovechaba sus horas solitarias para verse en el espejo, quererse, masturbarse y cagar. Sólo así, después de jalar la palanca del retrete, podía dejar atrás todo lo malo de su vida.
Pero ¿por qué atribuirle tanta importancia a la mierda? Su teoría reside en el punto en que los estreñidos, a través de los miles de vasos sanguíneos que poseen en el recto, absorben las toxinas de sus heces fecales. Eso tampoco lo dudo, pues es un proceso similar al que sufren las víctimas de los supositorios.
¿Y entonces? Pues carajo, no sé que chingados pasa. Tal vez sea la noche de desvelo, quizá mi trabajo pendiente de Reyes, la incertidumbre de lo que pasará ahora que Milhouse, digo, Felipe Calderón es presidente. En fin. Algo me pasa y no sé qué es. Probablemente me estoy preocupando por una mierda y en realidad no pasa nada...
Pos data de la mañana siguiente: Ya fui al baño. Ya me dieron ganas de escribir e incluso de recomendar libros. Lea la Historia de la mierda publicada por Editorial Pre-Textos. El autor se lo debo, porque no me acuerdo.

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