Crónica chilanga II
Ayer fue un gran día para despedirme (al menos momentáneamente) del DF. Comencé mi recorrido por la Condesa. Visité el Péndulo y me convencí que Guadalajara necesita un concepto similar. Fui a Miguel Ángel de Quevedo a comprar los encargos bibliográficos y me encontré una joyita de Zizek en 25 pesos. Visité a mis tías Pinita y Soco, y nuevamente coincidí con gran parte de la familia por azar. De ahí a Coyoacán, a despedirme de mi querida chica del asfalto y a buscar la piedrita que Aniela me encargó. En la búsqueda del libro inencontrable, agarré patín rumbo al Ángel, y luego a Bellas Artes. ¡Que bella es Avenida Juárez de noche! Y más variada en su oferta musical callejera que Guadalajara: en una esquina una banda de rock pesado con Danny DeVito interpretando al Penguin como vocalista, y en la otra una banda de rock que se acompañaba por metales, además de un acordeonista tradicional unas cuadras más adelante. El Monumento a la Revolución tenía pruebas de sonido para un concierto, y la llovizna amenazaba a chilangos (la concepción de esta palabra es variada, pues) y capitalinos por igual. Inició el regreso en metro Bellas Artes, miles de transbordos y un paseo afuera de ambas Cámaras legislativas, la última la de Diputados, hasta llegar a casa de mis tíos Paco y María Elena, que sin duda me recibieron y trataron de maravilla. A todos los que hicieron de este un viaje inolvidable: mil gracias. Y a los que no pude ver en esta visita, se las debo para la próxima. Será muy pronto.
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