domingo, 3 de septiembre de 2006

17 de agosto de 2006
De dinero y de mujeres
A Saray
Si usted, querido lector, pensaba que las películas de Hitchcock eran completamente inofensivas, está equivocado. En primer lugar porque son adictivas. En segundo término porque me hicieron llegar tarde al trabajo.
Ayer desvelábame viendo Psycho, razón por la cual me quedé dormido. Como una cosa lleva a otra en este mundo de desafortunadas sucesiones de eventos, no reparé en pedir un poco de cambio a mi mamá. Salí de casa con seis pesos, los cuales resultaban insuficientes para abordar dos camiones. Caí en la cuenta de esto cuando me disponía a tomar el segundo autobús.
(Cuota del camión: cuatro pesos. Olvidar el dinero en casa y caminar para llegar a tu destino no tiene precio).
“Holy crap!” Fue lo primero que pensé mientras repasaba la lista de insultos que más tarde podría dedicarme. “¡Que no panda el cúnico!” me dije a mí mismo al ver a tanta gente en las calles. Tal vez alguien me ayudaría a completar mi pasaje. No fue así. Caminé desde la Calzada Independencia hasta Alcalde; la gente dudaba de mí y yo sólo lamentaba el hecho de ser tan estúpido por olvidar el dinero y por confiar en la buena voluntad inexistente de la mayor parte de la gente.
A punto de ser abandonado por el trolebús, un señor apareció en una ventana. Rápidamente expliqué mi situación. Con el vehículo detenido gracias a un alto, el sujeto me dio un peso y salí disparado al camión. Llegué tarde al trabajo, aunque para mi suerte aún no habían abierto.
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A otra cosa, mariposa. La tarde fue muy afortunada para mí. Tuve el placer de conocer (por que ya había tenido la dicha de verla en Gandhi) a Saray, mujer increíblemente hermosa, que gusta de leer las cartas, la mano, los horóscopos y todas esas cosas por las cuales me critican tanto. Esta inteligente mujer conoce a Slavoj Zizek, uno de mis filósofos favoritos. Trabaja en una librería, fresea con La quinta estación, gusta de Björk y Portishead y planea ir a Sevilla, España, el año entrante. Con una mujer así, ¿qué más se puede pedir?
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Cual ying y yang, mi día se dividió en dos partes. Con una mañana como no se la deseo ni a mi peor enemigo, inició un día que ni por asomo creí que terminaría con la compañía de una persona así.
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Disculpe usted, querido lector, mis cursilerías. Próximamente le hablaré del estridentismo (rudos y machos) y sus conflictos con los contemporáneos (técnicos y afeminados). Desde ahora me declaro estridentista.

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