viernes, 12 de enero de 2007

11 de enero de 2007
Olfato
¿Olvidar este sagrado espacio? Para nada. Los días de fiestas son de respeto, y no hay mejor forma de honrarlos que con la mano y la cerveza apuntando al cielo con un sonoro ¡salud! Pido entonces una disculpa desde las postrimerías de la resaca y trataré de terminar este pequeño experimento del “Diccionario de palabras claves para comprenderme.”
El día de hoy me correspondía hablar del orgasmo. Aun cuando el texto estaba preparado en su totalidad, decidí voluntariamente eliminar todas las palabras que había redactado al respecto, porque trataban de temas que expresarían filias y fobias muy personales. Si por algún acaso alguien se interesa en conocerlas, que sea del sexo femenino, por favor...
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“...Para gozarlo hay que saber sus secretos, meterse de lleno en su esencia para finalmente sacarle todo el jugo posible.” Es curioso notar en esta frase de Eusebio Ruvalcaba, la presencia de dos palabras. Esencia, relacionada principalmente con el sentido del olfato (en El perfume, por ejemplo, el protagonista busca la máxima esencia) y jugo (palabra que me resulta por demás erótica, etimológicamente hablando, algo así como “Jumex, el jugo de la vida”) que hace alusión al sentido del gusto.
Más allá de descubrir que Jumex posee buenos publicistas que juegan con una retórica de lo erótico, me parece interesante compartir otra lectura con ustedes antes de pasar al punto medular del asunto.
“El olfato se combina con el gusto para proporcionarnos ese amplio abanico de sabores que nos gustan o disgustan. Pero percibimos el olor antes que el sabor...” (Tomado de William Ian Miller. Anatomía del asco. Trad. Paloma Gómez Crespo. España, Taurus, 1999. Pág. 105).”
Curioso ¿No? Sin embargo queda la duda ¿a qué se refiere la primera cita? Ruvalcaba trata de decir a qué sabe una mujer. La parte que reproduzco aquí habla sobre el perineo (zona situada entre el ano y los genitales). Nuevamente escribe Ruvalcaba: “... lo más bello es que el sabor del perineo se acerca notablemente al del tequila. Como si ambos proviniesen del mismo agave. Ese aroma del tequila que hace mover la cabeza de un lado para otro y cerrar los ojos como si se estuviera a punto de lanzar al cielo una plegaria, esa sensación es la misma cuando se está ante el perineo. Entonces lo siguiente es probar. Sacar la lengua y probar. Exactamente como los niños que prueban de todo, porque sus prejuicios aún no están lo suficientemente crecidos, así hay que ser para satisfacción de uno mismo y del otro. Dejar que la nariz haga lo suyo. Dejar que los dedos hagan lo suyo.” (Tomado, junto con la anterior cita del mismo autor, de Eusebio Ruvalcaba. “A qué sabe una mujer”. La mosca en la pared. Año 13, núm. 111. Pág. 10.)
A pesar de la exquisitez que puede resultar el estar ante el perineo de una mujer, existen algunos hombres que aún no están acostumbrados a dicho placer. He de confesar que incluso a mí me pareció repulsivo la primera vez. Y es que aquello es un olor fuerte, acre. Como el del tequila. Sin embargo, una vez que nuestro instinto animal ha vencido la repulsión inicial (ya que, según san Freud, el olfato es el sentido que nos devuelve a un estado básico, primigenio) un hombre es capaz de embriagarse con aquellos néctares (y qué es el néctar sino la esencia líquida de algo).
Dice maese Kundera en su aforística novela La insoportable levedad del ser que amar significa renunciar a la fuerza. Por otro lado, el amor físico es impensable sin violencia ¿Qué nos queda entonces? Aceptar que, como humanos, tenemos dos naturalezas, que somos una extraña dicotomía ciertamente adorable. Tratamos de comportarnos bajo las reglas que la sociedad nos impone, y la única forma de transgredir esa alienación es ceder un poco a los impulsos. Y qué mejor lugar para la transgresión que el encuentro sexual.

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