viernes, 8 de diciembre de 2006

3 de diciembre de 2006
Dolor occidental

Que no me lleve al hospital, no es que desconfíe, es que no me fío de la medicina occidental. Que no me lleven al hospital, si ya me encuentro mejor... Búnbury
El ser humano no le teme a la muerte. Finalmente sabe que ese es su destino y trata de llegar a él a toda costa. Cada movimiento de su vida es un trepidante viaje a los brazos de su hado; desde el hombre que se persigna antes de salir de casa, pasando por la mujer que mira cómo una toalla sanitaria es capaz de retener el flujo de vida y muerte que corre entre sus piernas cada veintiocho días, hasta llegar al anciano que, cigarrillo en mano a pesar de tener prohibido fumar, cree seguir celosamente las instrucciones que le da su doctor.
El punto queda claro, entonces. El ser humano no le teme a la muerte. La única amenaza a su felicidad es el dolor, y es éste, precisamente, un cáncer que trata de eliminar utilizando para ello formas vacuas de vida: religiones, medicamentos, estimulantes, drogas o espectáculos absurdos.
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No hace ni media hora que terminé de ver 21 grams. En esta misma semana releí por segunda vez en un año Un dulce olor a muerte, novela que terminó por atraparme en sus primeras páginas aun cuando sólo la compré para tener tema de conversación con Saray. La mente maestra detrás de estas obras es Guillermo Arriaga.
En la breve charla que tuvo durante la presentación de El búfalo de la noche, nuestro autor afirmó que la sociedad cada día se olvida de la muerte y el dolor. En el mismo evento Xavier Velasco demostró ser más un producto de la mercadotecnia que un dechado de inteligencia cuando comentó que la carne que comemos es mejor si se nos da servida en un plato de hielo seco envuelto en plástico, pues sólo así somos incapaces de ver un doloroso proceso de muerte. Finalmente, y retomando el discurso de Arriaga, cerrar un ciclo, al igual que iniciarlo, es aceptar esta posibilidad al dolor, es rebelarse contra la alienación de un mundo que ha obligado a los hombres (en sentido genérico, igualitarios castrantes) a refugiarse en sus artilugios digitales de varios ram de memoria.
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He llegado a la conclusión de que no le tengo miedo a una muerte normal. Me aterroriza el sufrimiento que pueda generar, en mí y en otros, una muerte lenta anclado a la cama de un hospital. Alargar el letargo que precede a la muerte me parece una mala broma de la alienante cultura occidental.

1 comentario:

Sta. Prisca dijo...

Sólo puedo decir que Xavier Velasco no es producto de la mercadotecnia sino de su propia "pachequés" XD jajaja