viernes, 22 de diciembre de 2006

21 de diciembre de 2006
Fedro Carlos Guillén

Es claro que en este planeta de diversidad infinita existe gente muy bruta y otros que son pura lumbrera. Por supuesto, y dado que el mundo no es bipolar, a la mitad de ambas categorías de lucidez nos encontramos el resto de los mortales... Fedro Carlos Guillén

Fue ya hace algunos ayeres cuando, después de una decepción amorosa, me lancé de compras, cual niña despechada, a la tapatía Plaza de Sol. Siendo hombre, apliqué la premisa de la mujer Cosmopólitan: no hay nada que una tarde de compras con el troyano de American Express no pueda solucionar. Para bien o para mal, no sé por qué ese chico no es mi amigo.
Para cuando decidí abandonar dicho centro comercial llevaba en las bolsas cosas tan bonitas como inservibles; entre ellas, un casette (yo tuve varios de esos) de Café Tacuba y una revista titulada La Mosca en la pared. La cinta magnética enrollada sobre sí misma y cubierta por un estuche plástico acabó en la basura, fiel al destino de toda tecnología rebasada. La revista aún permanece conmigo y huelga decir que me volví un lector regular de la publicación.
Y es que de no haber sido por tal compra, jamás habría conocido infinidad de música que el día de hoy me acompaña. Claro, los acordes se vuelven música de fondo para el otro gran acierto de La Mosca: las plumas que escriben ahí. Entre otros, en esas páginas he descubierto autores como Armando Vega Gil (ganador en este año del Premio Nacional de Cuento San Luis Potosí), José Agustín, Eusebio Ruvalcaba, Adriana Díaz Enciso (tapatía que no le tuvo miedo a dejar el terruño) y el genial Fedro Carlos Guillén.

+++
Faltaban pocos días para que concluyera este semestre. En la cafetería de Moy nos encontrábamos Tonatiuh, Manuel y yo. Fiel a mi costumbre, desencadené, gracias a un comentario aparentemente estúpido, una discusión acerca de la literatura mexicana. Llegamos a la conclusión de que el género que mejor le sienta a los nacidos en territorio azteca es el ensayo.
Así, mientras ellos incluían en sus argumentos a Octavio Paz o a Carlitos Monsiváis, yo no dudé en postular al maese Fedro Carlos. Ambos mostraron absoluta ignorancia al respecto, por lo que procedí a leer unas líneas de tan ilustre personaje. Y mientras yo buscaba la Crónica alfabética del nuevo milenio en mi mochila, ellos decidieron que era tiempo de acudir a su siguiente clase.
Esa misma semana tuve que suplir, en el cargo de profesor de bachillerato, a la amiga de una amiga. La asignatura era Literatura I. “Mis meros moles” me dije a mí mismo. Acudí al día siguiente a dar mi clase y, aprovechando la autoridad que me brindaba el estar frente a una turba de estudiantes, pude leer en público las sabias palabras del señor Guillén.
“Son las 8:35 p.m., me dirijo al hogar para gozar de algo que la gente pendeja llama ‘un merecido descanso.’” Las risas no tardaron en aparecer. Resultados similares he obtenido con todos aquellos a quienes he aplicado dicha prueba. Y es que reflexionando un poco en el epígrafe que acompaña a esta entrada, a la mitad de los extremos de idiotez y gente brillante se encuentran los críticos.
Nicolás Barros Lugo dice: “Sólo los problemas sencillos -los llamados comunes y silvestres-, reclaman de nosotros un examen ceñido, como esas inspecciones rasantes que hacen en una rama las hormigas, pues sólo allí, en su aparente insignificancia y transitoriedad, habrá lugar para lo perdurable y aun para lo verdadero.” Nada mejor para definir la obra de Guillén.
Bibliografía: Fedro Carlos Guillén. Crónica alfabética del nuevo milenio. México, Paidós, 2003. 131 págs. (Col. Croma Núm.16). Del mismo autor: Digresiones con resortera. México, Editorial Lectorum. 147 págs.

No hay comentarios.: