viernes, 22 de diciembre de 2006

18 de diciembre de 2006
Cristo

Yo vine a alborotar los pueblos y cómo me gustaría ver ya a todos alebrestados. Pero tengo miedo, no se crean, porque esto se paga con la vida. ¿O qué pensaban, que mi mensaje era de paz? Es de guerra, no tiene remedio. Por mi causa se pelearán los pueblos entre sí, los amigos entre sí, hasta las familias. Va a estar duro. Vicente Leñero

Constantemente me pregunto ¿cómo es que un libro llega a nuestras manos? ¿Será que simplemente está aguardando el momento exacto de abordarnos y transmitirnos toda su carga de palabras? Esta historia, quizás sea valida conmigo para describir lo que me sucedió con El evangelio de Lucas Gavilán de Vicente Leñero.
La primera vez que pude acercarme a dicha novela fue en casa de mis abuelos paternos, cuando, apilada en un montón de papeles propiedad de un tío, llamó mi atención su portada extremadamente fea. Comencé a leer sólo para matar el tiempo (inocente palomita) y nunca más volví a pensar en aquel libro.
Hace no poco tiempo, y gracias a mis cristológicas aficiones, pude redescubrir esta obra para utilizarla con fines académicos. El primer paso fue, obviamente, releerla. Sin embargo, fue un requisito que tuvo que aguardar más de lo debido. Ahora que he cumplido con mi deber me doy cuenta que la primera vez que hice contacto con la obra de Leñero no pude comprenderla cabalmente.
Para mí, hoy se ha convertido en un libro misteriosamente actual. El Jesucristo que presenta la instancia narrativa nunca deja de actuar como un caudillo. Muchos de los diálogos del personaje principal tienen una peligrosa semejanza con los de cierto político cuya última mención en estas páginas sirvió para tacharlo de mesías. Basten unas breves líneas para darnos una idea sobre quién hablo: “El que no está conmigo está contra mí. Y el que no coincide conmigo se equivoca.” ¿Adivina usted, querido lector?

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Al presentar mi proyecto de investigación a los miembros del taller de sociocrítica, Mauricio, invitado especial a la sesión del día, comentó que la instancia narrativa nos ofrecía una figura paternalista dispuesta a todo con tal de defender a los desprotegidos. Coincidimos con él en aquello de que el Jesucristo de la obra manejaba una visión bastante maniquea de la realidad: ricos y pobres.

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Nuestra generación sigue esperando al héroe que se le ha negado. Creo que muchos esperábamos (me incluyo) un llamado violento de nuestro caudillo favorito: Andrés Manuel López Obrador. Así, en caso de llegar su muerte, conseguiríamos al chivo expiatorio de nuestros tiempos con el cual justificar que alguna vez pertenecimos a una lucha.
No deja de ser una lástima que tratemos de inventar al ídolo de nuestra generación. Que dejemos de lado la crítica para seguir buscando un padre que nos defienda. Y lo que es peor: que creamos que obteniendo un mártir todo va a cambiar. Qué triste que la vida real no sea como los evangelios: ahí Cristo siempre va a lograr su cometido...

P. D. La recomendación bibliográfica es, por supuesto: Vicente Leñero. El evangelio de Lucas Gavilán. México, Punto de lectura, 2003. 331 págs.

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