viernes, 22 de diciembre de 2006

17 de diciembre de 2006
Búnbury, Enrique

Y si ayer dije blanco y mañana de un salto me paso a lo negro, no lo veas extraño, aún ando buscando donde me quedo. Enrique Búnbury
Bien. Presunción es quizás la mejor palabra para describir al también conocido como aragonés errante. Muchos podrán o no estar de acuerdo, sobre todo sus fieles seguidores, quienes, por lo general, hablan de él como si fuera un enviado de dios. Yo he de confesar que simplemente soy seguidor de su trayectoria musical, sobre todo a partir de etapa solista.

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Utilizar la nominación de “Los Héroes del Silencio” para un conjunto musical habla de una confianza extraordinaria en lo que se hace. Probablemente sea por esa razón que Búnbury no sea del agrado de muchas personas. En más de una ocasión he asumido una pose similar a la de Enrique, y no son pocas las rivalidades que he adquirido por ese motivo. Digamos que el mundo no soporta a personas decidas a lograr sus metas. Sin embargo, el riesgo de tomar posturas decididas es la soledad. Más de una vez he podido corroborar lo dicho. Para seguir con la colección de frases gastadas, quizá ese sea el precio del éxito.

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Lo que en un principio fue el camino del exceso y las posturas arrogantes terminó por convertirse en una ruta más íntima. De pronto Búnbury se transformó en una persona diferente, más cálida, más humana. La postura de pseudo poeta que se respiraba a través de frases plagiadas de poemas de William Blake y Mario Benedetti (sobre todo con los Héroes) muy pronto derivó en un músico y letrista honesto.
Aunque no ha dejado de imitar a sus héroes (Bowie, Calamaro, Dylan, Morrison), la música que elaboró a partir de Pequeño nos mostró una faceta renovada del cantante. Hace seis años, en el Foro Sol, ante más de veinte mil personas (entre ellas yo), no dejaba de respirarse un ambiente de cercanía entre músico y público. La aparente contradicción entre su etapa magnánima de estrella de rock y su nuevo mundo arrabalero, donde se sienten como propias las atmósferas de tango, bolero, rancheras, corridos, blues y jazz, sólo demuestra que en esta vida no hay mas que renovarse o morir. Así pues, madurar se vuelve parte del proceso de nuestras vidas, y éste, como todos, sólo terminará con la muerte. Lástima por aquellos que no conocen dicho verbo.

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