jueves, 30 de noviembre de 2006

14 de noviembre de 2006
Infrahuevonismo
Capítulo VI.- En el cual se insiste que la narrativa rifa sobre la poesía y se crítica el efecto Broncolín con una serie de ejemplos prácticos
Es digno de nuestra admiración notar que ahora los poetas se fabrican en grandes tirajes con las mismas características. Por supuesto que no es bueno generalizar, porque existen las gratas excepciones que confirman que la poesía aún vale la pena. No los menciono porque este espacio no es una pasarela literaria y para que aquellos cuyos nombres no aparezcan en este listado no se sientan ofendidos. Poetas susceptibles.
La intención de este capítulo, de otros anteriores y puede que también de algunos posteriores, aclara tan insigne redactor, es deshacer a la poesía para de esta forma enaltecer a la narrativa por sobre todas las cosas. Recordar en este momento que el Infrahuevón narra antes que pintar, fotografiar, performansear o enumerar, como a manera de burla he hecho todo lo anterior a lo largo de toda esta historia.
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El insigne Broncolín sigue haciendo mella en las nuevas generaciones. Nos invade cual cáncer, contaminando las letras con textos que inician con una abusiva repetición de palabras (igual y no son tantas pero me encanta la hipérbole) como se cita en este ejemplo:
Sólo, sólo, sólo...
Veamos este otro:
Pasos, pasos, pasos...
Pasos sobre la azotea,
Azotea que cubre mis pasiones...
Ad nauseum.
Otro desperfecto de esta triste manera de escribir poesía es la repetición de la misma metáfora malograda durante muchos versos. Esto hace que el poema se parezca a la lista del supermercado o la receta antes citada del dichoso Broncolín y se vuelva tan mundano como mis pelotas. Citaré, al igual que mi amigo Roberto Visantz, a otro miembro de la cofradía repetitiva:
terciopelo de uvas
felina de ojos libremente verdes
fiera de mirada tierna y amenazante
dulce ebria a un lado de la cama
con una botella en la boca
y los ojos de odio de ola retenidos
triste asueto
feliz chiquilla y loca amante
bailarina de tap que nunca cultivó
el movimiento
pero sí la sonrisa y el alma
jugadora de billar de los cielos
toxicómana celestial
suicida de las causas y los ríos
[Marco Antonio Gabriel. Antes de Dormir. Núm. 4. Septiembre, 2005. Pág. 5.]
Las malas figuras son también parte de esta poesía. Me remito al siguiente verso, recordado más que nada por la profundidad que lo inspiró:
Escrito con ese de sabroso...
Y este otro, igualmente digno del Archivo General de la Nación (o sea, la basura):
Llueve, ¡Chispas! Relampaguea ¡Rayos! [Blanca Lucía Batís Torres]
Arreola dijo alguna vez que la poesía perfecta no existe. Haciendo un etílico símil, comentó que en todo caso, la obra perfecta se da en la mente del escritor, pero que una vez hecho el escrito puede alcanzar, cual alcohol de caña, un nivel de 96°. Para nuestra mala suerte tenemos la desventaja de vivir en estos tiempos de poesía adulterada y rebajada que nunca alcanzará el propósito lúdico de jugar con el lenguaje. Por eso estamos como estamos.

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