domingo, 3 de septiembre de 2006

5 de agosto de 2006
Don Omar

Omar Sánchez Villegas, mejor conocido en el bajo mundillo literario jalisciense (y no digo esto de manera despectiva) como Roberto Visantz, fue la primera persona que conocí al hacer mis últimos trámites para entrar en la licenciatura de Letras Hispánicas en la Universidad de Guadalajara. De la primera impresión que me causó puedo decir que sentí una afinidad extraña. Con el tiempo pasé a colaborar en su proyecto Cataficcia y después comencé a considerarme dentro de su círculo de amigos. Basta decir entonces que él es una de las personas a las cuales estimo mucho.
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Si alguna vez ha pensado, querido lector, en lo ridículo que es ver a dos hombres hablar de horóscopos (imagine en este instante a Walter Mercado), puede usted llegar a pensar que Omar y yo somos, efectivamente, ridículos (eso sin mencionar que, por el Don, todos piensan que Omar es un famoso reggaetonero). Sin embargo, si cree que juzgar a las personas por la primera impresión que dejan es erróneo, tal vez la imagen que se lleve de ambos será diferente.
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Aquel sabio hombre que gusta de leer a Kundera, recitar en alemán a Hölderlin y, en sus ratos libres, tomar una cerveza con sus amigos, discutía conmigo las tesis que había rescatado de Georges Bataille, Milan Kundera y Slavoj Zizek (este último filósofo de primera línea que comienza a cobrar importancia). De Bataille y sus continuas transgresiones era recordada la mayor de ellas: la declaración amorosa; del segundo rescataba el encanto del ser humano al recibir ordenes y cumplirlas de la mejor manera posible; mientras que de Zizek rescataba la idea de que el placer se obtiene del dolor, punto que acordé inmediatamente con él.
Lo que yo no sabía es que esta charla aparentemente espontánea tenía como trasfondo a mi ex novia, la cual fue descubierta por Omar horas antes besándose con un tipo que, obviamente, no era yo. En cuanto él confesó dicho suceso, me dijo que siendo nosotros del signo acuario, y dada nuestra afición al sufrimiento, yo terminaría con ganas de verla nuevamente.
El destino, que en más de alguna ocasión nos lleva por un camino deseado, me puso frente a ella esa misma noche en Casa Vieja y, concediéndole la razón a Omar, fui a verla a pesar de que iba acompañada. Lo que pasó no lo puedo escribir, prefiero dejarlo a su imaginación, aunque para ello tenga que repensar las tesis que ya me decía Omar, mi amigo, el sabio...
P. D. Tu gato ha muerto. Perla me aclaró después que no besó a su acompañante.

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