domingo, 3 de septiembre de 2006

7 de agosto de 2006
La mirada cómplice
Cuando salí con una amiga al centro de Guadalajara y nos detuvimos a escuchar al clon de Slash en versión violinista, observé que ella lanzaba una mirada, la cual se dirigía directamente a los ojos del susodicho. De inmediato me puse celoso y a la defensiva. Mientras, ella me comentaba que los hombres solemos hacer lo mismo, sólo que nosotros dirigimos nuestros ojos a senos y trasero de cuanta mujer se nos ponga enfrente.
Dado que encontrábame yo a la defensiva, como ya había escrito anteriormente, le comenté que eso no era cierto y, por lo tanto, estaba dispuesto a demostrárselo. Después de cavilarlo un poco aceptó escuchar mi explicación.
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La mirada cómplice es la que se lanzan dos personas buscando comprensión, contacto y comunicación. Aquella puede darse entre conocidos o extraños, entre chicos y grandes, entre hombres y mujeres o personas del mismo sexo, entre panistas y perredistas (imaginen a Obrador y a Fecal echándose unos ojitos) o entre tantos otros iguales o diferentes. Es por eso que cuando un hombre o una mujer sólo ponen atención en las partes de otra persona y dejan de lado la mirada, lo único que buscan es deleitar la pupila.
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Más de alguno le ha echado ojitos a una persona. Si es usted correspondido una primera vez, considérelo normal. Que el contacto visual se dé una segunda vez quiere decir que las cosas van por buen camino. En este instante debe ser lo suficientemente sabio como para arriesgarse a dar el siguiente paso, el cual consiste en buscar ese tercer intercambio de miradas. Si éste va acompañado de una sonrisa, ha descubierto en que consiste la mirada cómplice. Si, por el contrario, el contacto no se da o, en el peor de los casos, la persona pone cara de que usted es un visitante del espacio, desista de cualquier intento de comunicación y deleite su sentido estético observando a quien momentos antes le hizo el feo. Total, él se lo pierde.

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