sábado, 16 de septiembre de 2006

27 de agosto de 2006
Cristina Castillo Elorriaga
Queda claro que en el transcurso de mi vida he tenido la compañía y el apoyo de mujeres decisivas que han guiado mi camino por los rumbos que han querido o que yo he preferido seguir. Entre ellas se encuentran mi señora madre, por razones obvias como darme la vida y estar ahí; Micaela Ramos Martínez, quien me mostró que las letras son un camino de agallas; amigas como Alma, Rocío, Luz, Marlí, Danaé, Azu, Julia, y Paola, quienes me han demostrado que la amistad se construye día a día con pequeños detalles.
Sin embargo, la mujer que hoy me ocupa, y que deseo usted conozca a través de esta escuálida descripción, amigo lector, es mi tía Cristina. Historiadora y maestra de profesión, dueña de una pequeña biblioteca distribuida en cuatro habitaciones, Cristina Castillo es, junto con mi otra tía, Cristina Cárdenas, una de las personas más inteligentes que me rodea. Considero una fortuna ser su sobrino y su protegido. Agradecido estoy de antemano por todo lo que ha hecho por mi familia.
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Sufría el día de hoy al imaginar los entuertos que tendría que desfacer para poder ir a la “madre patria.” Sudaba al efectuar arduas y sesudas operaciones matemáticas que me demostraban que ni siquiera ahorrando todo mi salario podría juntar los treinta mil pesos requeridos durante mi posible próxima estancia española. Horas después, al borde del llanto desesperado, y mientras este su humilde servidor despedíase de sus familiares, mi benefactora tía diome una buena nueva. Ella me daría la tercera parte del capital requerido.
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Tía: Gracias mil por tu apoyo. Prometo pagar cada uno de esos diez mil pesos con el esfuerzo de mis estudios. Sé que no es lo único que has hecho por mí. Sin tu confianza y tu apoyo, no estaría en donde estoy ahora.

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