sábado, 16 de septiembre de 2006

28 de agosto de 2006
Azucena
Habrá usted comprobado con el transcurso de las lecturas que este es un espacio de confesión. Sea usted mi confesor o mi psicoanalista, que todo en esta infrahuevona vida es cuestión de preferencias. En este día es mi obligación hablar de una de mis mejores amigas, mujer a quien el destino puso en mi camino desde la secundaria, pero que por azares del mismo fui a conocer al vagar por los pasillos de la Escuela Preparatoria de Jalisco.
Algo que me atrapa de esta mujer es su sonrisa. Jamás, en los tres años que tengo de conocerla, la he visto triste. Esto me pone a pensar dos cosas. O Azucena es muy feliz o yo le he fallado como amigo en alguna ocasión. Es más probable lo segundo.
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Hace aproximadamente un mes nos reencontramos, en un café, todos los amigos de la prepa. En una misma mesa compartíamos Verónica, Adriana, Sol, Lilí, otros cuyos nombres nunca he podido memorizar, Azu y yo. Al ser relegados nosotros dos al rincón de los leprosos, platicamos sobre lo último que nos había acontecido y no habíamos tenido oportunidad de discutir en nuestras periódicas charlas telefónicas. Redescubrí a esa gran mujer, con nuevas perspectivas, ilusiones y metas.
Aún no descubro que es, pero he pensado mucho en ella desde esa vez...
P.D. Caminaba el jueves con rumbo a Chapultepec cuando la vi de nuevo. Con esos cinco minutos que duró el agradable encuentro, mi día estaba completo.

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