domingo, 31 de agosto de 2014

La culpa es de los tlaxcaltecas

31 de agosto de 2014
La culpa es de los tlaxcaltecas
A mediados del siglo pasado la narradora Elena Garro escribió ese fascinante relato cuyo título era un descargo de culpas hacia el pueblo tlaxcalteca. Recordemos que al menos desde un punto de vista histórico a los indígenas de esta región del país se les achaca la derrota azteca y la consecuente conquista española, olvidando las propias culpas aztecas, la estrategia militar española, las enfermedades traídas por los europeos a nuestro territorio, o el resto de alianzas que Cortés estableció en su camino a la gran Tenochtitlán.
Desde esta perspectiva, el tlaxcalteca es, pues, un chivo expiatorio de la historia, el responsable de nuestra debacle, el traidor de la nación, el pretexto de nuestra perenne victimización.
***
Tlaxcala es un estado ubicado al centro de México que me llena de gratos recuerdos: se trata del hogar de personas a las que quiero en demasía. Es, desde mi experiencia, tierra de gente cálida y dedicada, cariñosa y desinteresada, dispuesta a ofrecer lo mejor de sí sin esperar nada a cambio. No se tome este escrito como una ofensa a esa gente que me ha brindado su casa y su cariño. Estas líneas son sólo síntoma de mi propia frustración descubierta una vez más, ahora en suelo tlaxcalteca.
***
¿Cuántas veces has sentido hambre sin poder saciarla? ¿Cuántas veces has contenido el llanto hasta desgarrar tu garganta en un grito que deshaga el nudo de emociones contenidas? Peor aún... ¿Cuántas veces has callado, acobardado ante tus sentimientos de odio, alegría o amor?
La imposibilidad del escritor es doble, pues de frente no puede decir lo que siente, y en ocasiones, frente al papel, las palabras o las formas le son insuficientes para expresar sus demonios. El escritor puede ser similar al comediante: crea personajes de sí mismo para ocultar sus emociones o decir sus verdades de manera velada. El escritor puede ser una versión del chiste de Pagliacci.
***
Desde mi asiento la vista se reduce a viajantes que abordan el mismo autobús que yo. Algunos suben solos: en los andenes nadie los despide. En ocasiones, algún amante acompaña al viajero. Las despedidas son emotivas, llenas de besos, abrazos; alegrías por un pronto reencuentro o lágrimas por una larga ausencia. Desde mi asiento los observo con envidia: nadie llora mi partida ni espera mi regreso. Mi fracaso es del hombre solo, el que se guarda su cariño porque no sabe brindarlo, porque nadie lo espera y nadie lo pide.
En Tlaxcala dos amantes se despiden, mientras yo los culpo del fracaso de mi vida...

No hay comentarios.: