lunes, 5 de febrero de 2007

28 de enero de 2007
Tecnología

Tratar de explicar al Hombre de hoy es difícil. Más fácil es, sin embargo, tratar de hablar del hombre, espécimen que ha sobrevivido a pesar de los tiempos modernos. La curiosa distinción, he de admitirlo, no es original de este escribidor. Y para dejar claro que mi intención no es robar los créditos de nadie, todo aquel interesado puede revisar la referencia auténtica en el prólogo de la novela Ronda naval bajo la niebla de Pere Calders. Resumiendo las palabras del citado catalán, la trascendencia es un concepto que ambos entienden de manera diferente. Mientras el Hombre se refugia en sus inventos y adelantos científicos, el hombre lo hace en la importancia de los gestos, las sonrisas y la auténtica comunicación.
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El mundo de hoy resulta sobremanera paradójico. El avance tecnológico nos vuelve fríos y calculadores. Una muestra la podemos encontrar en los miles de sitios chat que existen en internet, donde un joven se refugia en el anonimato que brinda la pantalla para fingirse una ardorosa doncella que solicita, desesperada, al galán que la desvirgue. Es obvio que lo menos preocupante del asunto es el engaño, pues se debe considerar que nunca faltará el incauto que cae víctima de los juegos tecnológicos.
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Uno de los temas recurrentes al hablar de internet, es el de las amplias posibilidades que ofrece la web. Así, mientras se mencionan beneficios, fuentes de ingresos, bolsa de valores en línea, la transacción del sitio del momento, o el porcentaje de visitantes por minuto, se deja de lado, por obvias razones, el apremiante análisis acerca de la alienación on-line.
La alienación, para todos aquellos a quienes el concepto no les sea familiar, es, según el docto Larousse, la creación de obligaciones o privación de la libertad. La pregunta es ¿cómo una computadora es capaz de alienar a los pueblos? Esta cuestión puede ser respondida con un buen ejemplo.
Más de uno recordará, aún con cierta gracia, el singular fenómeno mediático que provocó, desde internet, el video de la caída de Edgar. Yo, poco instruido en el mundo de la web, mostraba mi completa ignorancia respecto a dicha grabación cada vez que ésta era referida entre mi círculo de amigos. Se me impuso entonces la obligación de videar (viddy well, little brother) a Edgar con la siguiente frase: “tienes que verlo.” Así, uno cae en la cuenta de que los temas de conversación son los acontecimientos de internet y no los de la vida real.
Y lo peor de todo es que ahora aparece un portal llamado Second life que, entre otras cosas, ofrece, desde la obviedad de su título, vivir una segunda vida en el mundo de la web. Cualquier usuario con acceso a internet, conocimientos de inglés y una tarjeta de crédito capaz de pagar la bicoca de diez dólares por concepto de inscripción, puede acceder a esta página y crearse un alter ego capaz de comer, cagar y coger. La ganga incluye una extensión de tierra y un cambio de ropa, pues sería inconcebible aparecer desnudo en este nuevo mundo.
Ahora, si usted quiere comer, se verá en la necesidad de buscar un trabajo ad hoc a sus capacidades o fantasías. Porque la oferta de Second life es esa. Realizar sus fantasías. Si usted, macho profundo, se preguntaba qué se sentiría ser mujer, puede saciar su curiosidad en este mundo virtual. Las posibilidades, efectivamente, son infinitas; usted puede interactuar con otros usuarios o ingresar a la nómina de empresas como Gucci o New York Times y recibir un salario que podrá utilizar en ambos mundos, el real y el virtual.
Se sabe de personas que ya laboran sus respectivas ocho horas diarias, pues el tiempo corre igual en ambas partes. Incluso la extensión del planeta es la misma. Por el momento, el único imposible es compartir las emociones y los sentimientos de su personaje, lo cual, visto con ojo crítico, se agradece. El riesgo de este portal es, hay que decirlo, la alienación perfecta. Uno se acerca de manera voluntaria y termina tan compenetrado en una nueva realidad, que termina pidiendo más y olvidándose del mundo en el que habita.
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Retomando la comparación entre el Hombre y el hombre es menester decir que mientras el primero, esclavo del mundo de las pantallas, busca una manera de conectarse definitivamente a la red, el segundo aún es capaz de observar por encima del monitor para descubrir, no un mundo virtual, sino la mirada de otro igual...

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