lunes, 26 de febrero de 2007

22 de febrero de 2007
X-men
Xenofobia. Ante todo es una de esas absurdas manifestaciones de miedo a lo otro. Y al respecto, los que se pintan solos son los discípulos del profesor Charles Xavier, los hombres X. Una de las tantas creaciones sesenteras del buen Stan Lee es este grupo de jóvenes mutantes, quienes luchan para tratar que humanos y mutantes puedan convivir en armonía.
Por supuesto, el asunto en cuestión no es nada fácil. Los humanos normales (habría que preguntarse, en todo caso, en qué consiste la normalidad), aquellos que carecen de habilidades especiales, de mutaciones, perciben a los otros como un atentado contra lo establecido. Debe suponerse que esta percepción nada tiene de inocente: una mutación, de entrada, implica un cambio profundo...
La cosa se complica aún más al descubrir que “los otros”, los mutantes, abrazan ideas diferentes que terminarán por enfrentarlos. Así, dentro del bando de los rudos, los rudos, los rudos, están aquellos que piensan en un mundo regido por la supremacía mutante, algo así como los ideales nazis de la supremacía aria. Del lado de los técnicos están los (contemplados desde una visión bastante maniquea) buenos de la historia, representados por el profesor X y sus discípulos.
Ojo. El empleo de la palabra discípulos no es gratuito. A pesar de lo noble que puedan resultar las intenciones de los fulanos éstos (predicar el evangelio de la unión entre razas, de una asimilación completa donde el uno no tenga que imponerse al otro, en cualquiera de los dos sentidos) existe la imagen que se tiene de uno mismo como elegido para realizar una utopía.
Y es ahora cuando la noción del predicador se liga a la del héroe. Las prédicas tienen la intención de derrocar un sistema y de establecer otro. Sin hacer extrapolación alguna, se trata de tumbar al padre. “Un héroe es quien valerosamente se alza contra su padre y le vence al fin” según San Freud (Sigmund Freud. Moisés y la religión monoteísta. Trad. Felipe Jiménez de Asúa. Argentina, Losada, 2004. Pág. 16).
Otro ejemplo que puede apoyar este planteamiento es el de la novela El evangelio de Lucas Gavilán de Vicente Leñero, quien da toda una programática textual a través de la siguiente descripción: “-Jesucristo vino a defender a los pobres y a luchar contra las injusticias. Maldijo a los ricos. Combatió a los explotadores. Dio su vida para cambiar este mundo... Por eso quiero que mi hijo se llame Jesucristo - terminó María David.” Se tiene nuevamente una figura predicadora, la cual es descrita con los rasgos fieles del héroe.
¿Cuál es el problema de los hombres X? No es, ciertamente, su carencia de un rasgo que los identifique como personas especiales, ya que la x pasa a representar una incógnita, una variable, algo que puede ser sustituido con tal de mantener el ideal. Y he ahí que damos con el punto medular de todo. La idea. Porque si una idea es lo suficientemente fuerte como para sobrevivir a costa de todos sus enemigos, bien vale la pena vivir para verla hecha realidad.

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