viernes, 8 de diciembre de 2006

27 de noviembre de 2006
Y me dieron las diez y las once, las doce y la una, las dos y las tres...

...Y por más que quise no pude escribir.
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Hoy tuve la oportunidad de conocer a Guillermo Arriaga. Aquello no fue la charla en que dos personas tratan de establecer nexos en común, sino más bien parte de un fenómeno de retroalimentación entre escritor y lector. Minutos antes, en la presentación de su libro El búfalo de la noche, dejó bien claro que para él ése era el significado de una firma de autógrafos.
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Nuevamente un escritor insiste en la necesidad del escribir día a día. Finalmente esa es la única terapia que nos queda para liberarnos de todos nuestros demonios. Dándolos a conocer al mundo entero y esperando que nos paguen por compartirles nuestros traumas. Al menos es mejor que la vida del estudiante de psicología, cuya actividad académica se reduce a ser dado de alta por sus profesores.
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Al igual que Arriaga, no le tengo miedo a la muerte. Esa es la máxima actitud erótica que puede tener el hombre. Lo demás es vanidad. Por eso, como dice el dicho: a coger y a mamar que este mundo se va a acabar.

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