martes, 25 de octubre de 2011

25 de octubre de 2011
Inspiración y transpiración...
Para defender la creación del hijo seco y avellanado que fue el Caballero de la triste figura, Cervantes escribe en su prólogo al Quijote de 1605 que "El sosiego, el lugar apacible, la amenidad de los campos, la serenidad de los cielos, el murmurar de las fuentes, la quietud del espíritu son grande parte para que las musas más estériles se muestren fecundas y ofrezcan partos al mundo que le colmen de maravilla y de contento." El Quijote, obra máxima de la literatura de todos los tiempos, fue engendrado en una celda en 1597 (y no redactado en el cuaderno del autor, como afirmé una memorable noche de alcohol y maratón), carente de todo aquello que hoy podríamos llamar el ambiente propicio para la inspiración.
Si creemos que el Quijote es un paradigma de las grandes ideas que vinieron a posteriori, debemos poner atención a la defensa líneas arriba referida. Cervantes, quien sin duda debe ser leído más allá de la alegoría, hace un correcto uso de la palabra parto para referirse al acto de dar a luz cualquier obra. Hoy poco creemos en el llamado de las musas, pero imaginarlas en el acto de parir y en todas sus implicaciones, bien nos puede dar una idea de la ruptura cervantina que parte de la tradición.
Una expresión que se fue convirtiendo poco a poco en sintagma fijo es la que dice que el trabajo literario requiere de un diez por ciento de inspiración y un noventa por ciento de transpiración. La frase, original de Thomas Alba Edison ("El genio es un diez por ciento de inspiración y un noventa por ciento de transpiración"), se vuelve, sin querer, una afirmación del principio que venimos comentando, ya que si bien Cervantes nos habla de las musas, también nos hace imaginarlas en labor de parto, con todas sus implicaciones: transpiración, inspiración, sangre, sufrimiento y dicha, se nos revelan entonces como indispensables para el ejercicio de la escritura.

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