30 de mayo de 2011
lunes, 30 de mayo de 2011
viernes, 27 de mayo de 2011
27 de mayo de 2011
Un problema de raíz...
Atrás había quedado el tiempo en que deseaba ser árbol. Ahora, al sentir el suave toque del viento, sólo anhelaba la libertad de las hojas...
Un problema de raíz...
Atrás había quedado el tiempo en que deseaba ser árbol. Ahora, al sentir el suave toque del viento, sólo anhelaba la libertad de las hojas...

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martes, 24 de mayo de 2011

Después del asalto...
Un pugilista cae a la lona luego del certero ataque propinado por su contrincante. Uno, dos, tres... Aturdido, sólo alcanza a abrir los ojos para ubicar el rostro de su oponente, cuatro, cinco, seis, pero vuelve a caer en una pérdida completa de conciencia.
Abre los ojos, cierra los puños. Prosigue la cuenta que ya no escucha. Siete... Recién salido de su sopor, divisa un rostro. Lo mide, lo tantea y ataca con todas sus fuerzas. Ocho, nueve...
En la enfermería, un hombre de pantalón blanco cae inconsciente... ¡Diez!
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Ni sus luces...
De noche, bajo la luz de la calle, dos señoras que terminan su jornada laboral se encuentran esperando el autobús que las lleve a casa. Aunque agotadas, su semblante es alegre, seguro por el gusto de encontrar un rostro conocido y amigable a estas alturas del día. Luego del saludo, las mujeres abordan su transporte y yo subo tras ellas.
Las pierdo de vista, pero sus voces comienzan a resonar dentro del vehículo: tímidas al principio, mientras hablan de ellas, de cómo han estado y qué han hecho en este tiempo; levantan la voz, cuando se interpelan por la falta comunicación, y se tornan estridentes al final, cuando la burbuja que era su mundo compartido explota y dan comienzo a una larga perorata sobre aquellos conocidos que no están ahí. Las voces se transforman en el proceso. No es sólo el gradual aumento en decibeles, es una metamorfosis que opera en ellas: primero son voces claras, luego sonidos nasales que poco a poco cambian a algo gutural.
Me distraigo; dejo de prestar atención a aquellas voces que iluminaron aún más la noche y de pronto sólo percibo algo parecido a un ruidoso susurro, si es que vale la expresión. El conductor apaga las luces, última parada, grita. Dejo mi asiento y abandono el autobús. Al bajar, dos cucarachas apresuran el paso, como si también hubieran entendido el llamado. Mientras camino por la calle, me pregunto qué habrá sido de las señoras, de las cuales no quedaron si sus luces...
Las pierdo de vista, pero sus voces comienzan a resonar dentro del vehículo: tímidas al principio, mientras hablan de ellas, de cómo han estado y qué han hecho en este tiempo; levantan la voz, cuando se interpelan por la falta comunicación, y se tornan estridentes al final, cuando la burbuja que era su mundo compartido explota y dan comienzo a una larga perorata sobre aquellos conocidos que no están ahí. Las voces se transforman en el proceso. No es sólo el gradual aumento en decibeles, es una metamorfosis que opera en ellas: primero son voces claras, luego sonidos nasales que poco a poco cambian a algo gutural.
Me distraigo; dejo de prestar atención a aquellas voces que iluminaron aún más la noche y de pronto sólo percibo algo parecido a un ruidoso susurro, si es que vale la expresión. El conductor apaga las luces, última parada, grita. Dejo mi asiento y abandono el autobús. Al bajar, dos cucarachas apresuran el paso, como si también hubieran entendido el llamado. Mientras camino por la calle, me pregunto qué habrá sido de las señoras, de las cuales no quedaron si sus luces...
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viernes, 20 de mayo de 2011

Manos a la obra
Un día cualquiera un hombre conoce a una mujer de la manera más inusual que pudiera imaginarse. En una esquina de una calle, el hombre mira al suelo mientras espera que los vehículos den paso a los peatones. Basta con virar la cabeza un poco para notar entre decenas de zapatos un par de pies desnudos, blanquecinos, y enamorarse de aquellos dedos de forma irregular, los más bellos que el hombre pudo haber visto en su vida. Levanta la mirada, la dueña de esos dedos sigue ahí; el hombre voltea al frente y en un parpadeo la luz cambia dando el paso a aquellos que esperan seguir adelante. La chica avanza; el hombre se queda quieto. Mientras ella pone un pie delante del otro, él debe poner manos a la obra: una silla de ruedas nunca avanza por sí sola...
Un día cualquiera un hombre conoce a una mujer de la manera más inusual que pudiera imaginarse. En una esquina de una calle, el hombre mira al suelo mientras espera que los vehículos den paso a los peatones. Basta con virar la cabeza un poco para notar entre decenas de zapatos un par de pies desnudos, blanquecinos, y enamorarse de aquellos dedos de forma irregular, los más bellos que el hombre pudo haber visto en su vida. Levanta la mirada, la dueña de esos dedos sigue ahí; el hombre voltea al frente y en un parpadeo la luz cambia dando el paso a aquellos que esperan seguir adelante. La chica avanza; el hombre se queda quieto. Mientras ella pone un pie delante del otro, él debe poner manos a la obra: una silla de ruedas nunca avanza por sí sola...
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