jueves, 2 de noviembre de 2006

17 de octubre de 2006
Motecuhzoma y Cortés: dos personajes, muchas visiones
Por lo general, acerca de la conquista de México suelen recordarse solamente los últimos acontecimientos de ésta. Puntualizando: de la noche triste en adelante. Sin tomar en cuenta que el acto nominativo de esta célebre noche tiene que ver con un enfoque plenamente español (Cortés llora su derrota a manos de los mexicas; más que una noche triste merece ser una noche de felicidad) es congruente poner en la balanza otro tipo de acontecimientos, como los que planeo tratar en este ensayo: las visiones que se tienen de Motecuhzoma y Cortés.
Más allá del provecho particular que yo pueda obtener de este tópico, es justo valorar, ante todo, los actos del entonces emperador mexica, quien tan mal trato ha recibido de la historia. Por otro lado, es digno de mencionar cómo es la figura de Cortés, quien paradójicamente tampoco ha sido visto desde la perspectiva adecuada a lo largo de los años. A pesar de todo, Cortés es el personaje más analizado que cualquier otro participante de la conquista.
Son muchos los textos que se han escrito a partir del tema de la conquista. Desde las necesarias Cartas de Relación que Cortés tuvo que redactar, pasando por crónicas hechas durante y después de la conquista, hasta estudios y documentos cuyo fin es analizar sucesos específicos, las representaciones que se han dado de los personajes de la historia no varían mucho.
Acaso los textos más valiosos al respecto son los redactados por Fray Bernardino de Sahagún, Hernando Alvarado Tezozómoc (Hernando por Cortés y Alvarado por Pedro de Alvarado), Miguel León-Portilla y Tzvetan Todorov, que nos servirán de base, junto con otros, para realizar este trabajo. Los dos primeros pertenecen al periodo colonial y son la perspectiva que ofrecen un fraile y un mestizo; los otros dos, textos contemporáneos, dan muestra, en Portilla, de las ideas que tenían los nativos acerca de su derrota, y el otro, con Todorov, de un estudio acerca de la otredad.
Quizá para hacer un algo de justicia sea pertinente comenzar a analizar las opiniones que se tienen sobre Motecuhzoma. Y es que se ha mitificado tanto la supuesta incapacidad del emperador y su afán por alejar a los españoles mediante hechizos, que en el ámbito popular se ha acuñado la frase de “la venganza de Moctezuma” para referirse al malestar estomacal que le provoca a los extranjeros la comida mexicana.
Tomemos, pues, un corpus breve pero significativo de citas: “Cuando hubo oído todo esto Motecuhzoma se llenó de grande temor y como que se le amorteció el corazón” [Miguel León-Portilla (comp.) Visión de los vencidos. Relaciones indígenas de la conquista. México, UNAM, 2005. Pág. 30], “Inmediatamente [Motecuhzoma] se pone en pie, se para para recibirlo [a Cortés], se acerca a él y se inclina, cuanto puede dobla la cabeza” [Ibíd. Pág. 65], “Pues no somos competentes para igualarlos, que no luchen los mexicanos [frase atribuida a Motecuhzoma]” [Ibíd. Pág. 82], “Y la razón de haber obrado así Motecuhzoma es que él tenía la creencia de que ellos eran dioses” [Ibíd. Pág. 33].
Vemos en estos textos, escritos a posteriori de la conquista, el poco respeto hacia la figura de Motecuhzoma. Será una constante a lo largo de todas las crónicas encontrar a un emperador mexica abatido ante las noticias sobre los españoles. Suelen, como en estas citas, atribuírsele palabras que dan la idea de un hombre derrotado y sumiso a los deseos de Cortés, quien en un principio es asumido como dios. Es tal el trato que recibe el mal llamado Moctezuma que, a su muerte, es recordado como un emperador cruel con los suyos pero blando con los invasores: “[...] ya tenían [los mexicas] elegido un buen rey, y que no será de corazón tan flaco que le podáis engañar con palabras falsas [...]” [Bernal Díaz del Castillo. Historia verdadera de la conquista de la Nueva España. México, Porrúa, 2004. Pág. 254].
Más allá de estar o no de acuerdo con lo que dice Todorov acerca del dirigente mexica (un hombre ligado a una comunicación con lo natural, con los signos que le da la tierra y las estrellas, y que siempre creerá que los españoles son dioses [Vid. Tzvetan Todorov. La conquista de América. El problema del otro. Trad. de Flora Botton Burlá. México, Siglo XXI, 2005. Págs. 70-106]), concuerdo con él en que Motecuhzoma estaba preocupado por un derramamiento de sangre, como podemos confirmar en la tercera cita de este texto. Quizá esto se deba en un primer nivel a que considera a los españoles como dioses, razón suficiente para pensar que los súbditos de su reino pueden ser castigados. Por otro lado, los informes que recibe acerca de los cañones le dan a Motecuhzoma la idea de que aquellos tienen poderes sobrenaturales sobre el rayo y para tirar objetos a larga distancia: “Maravillóse [...] de oír el negocio de la artillería, especialmente de los truenos que quiebran las orejas [...] y del golpe de la pelota que desmenuza un árbol de golpe” [Fray Bernardino de Sahagún. Historia general de las cosas de la Nueva España. México, Porrúa, 1999. Págs. 728-729].
Creo sin embargo, que no es descabellado afirmar un posible cambio de vista en Motecuhzoma. A fin de cuentas él recibe la información de segunda mano, y sólo hasta después de caer prisionero logra convivir con los españoles. Si se muestra temeroso es por las profecías que aseguran que su reinado terminará de forma negativa. Una teoría del posible cambio de opinión puede ser respaldada en este diálogo que Tezozómoc pone en boca de Motecuhzoma:
“[...] han de costar muchas muertes este señorío que han de tener [los españoles] en estos reinos de este mundo [...] no es ni ha de ser señorío, sino que os tendrán sujetos como esclavos [...] todavía favorezcámonos y ayudemos a estos miserables indios, pobres de ellos, que a más no poder en sus manos de los dioses estamos[..]” [Hernando Alvarado Tezozómoc. Crónica mexicana. México, Leyenda, 1944. Págs. 533-534].
Si bien se hace referencia a los dioses, pienso yo que esto se debe a que el emperador necesita mostrar una postura congruente ante lo que acontece en su reino. En todo caso no temería por lo que le pueda pasar a los demás, y sólo debería estar preocupado porque los dioses lo quiten del trono. Motecuhzoma es, en todo caso, el rey preocupado por el destino de su raza y no por ser destronado.
Encontramos que Cortés viene a ser la antítesis del emperador azteca. Si en éste notamos una aparente calma para tomar decisiones y las únicas que toma se limitan a clamar por la no violencia, en el conquistador vamos a notar una actitud completamente activa que se da desde el valor semántico de dicha palabra. Y es que cabe recordar que el “otro” conquistador es el macho que utiliza el habla para conseguir lo que quiere, amén de una capacidad elevada de fanfarroneo. Éste busca como bien más preciado la virginidad de la doncella; misma posición que asume Cortés, al penetrar en territorio “virgen”.
Cortés fanfarronea de manera constante: “Pues ahora mi corazón quiere quedar convencido; voy a ver yo, voy a experimentar qué tan fuertes sois, ¡qué tan machos!” [Miguel León-Portilla. Op. cit. Pág. 28], y es percibido por sus compañeros como todo un hombre: “Aquí se mostró Cortés muy varón como siempre lo fue” [Bernal Díaz del Castillo. Op. cit. Pág. 251]. Más allá de sus dotes de Don Juan, metafóricamente hablando, Cortés es docto en conocimientos de retórica, lo cual lo ayudará en diversos momentos de interacción con los nativos y sobre todo cuando redacta sus cartas de relación, como bien lo nota Todorov al citar a Cortés: “Siempre tendré cuidado de añadir lo que más me pareciere que conviene, [...] hay necesidad que a nuevos acontecimientos haya nuevos pareceres” [En Tzvetan Todorov. Op. cit. Pág. 95]. Así, ayudado por la palabra, obtendrá lo que quiere.
Si bien en muchos momentos Cortés parece un autentico Don Juan, es cierto también que en ocasiones es semejado con un dios o con un mesías. Del primer punto no hablaremos porque considero que la visión de Motecuhzoma acerca de Cortés es un buen ejemplo. Sin embargo, si es pertinente notar esta pose crística que le dan al conquistador, sobre todo fray Bernardino de Sahagún: “[...] nuestro Señor Dios regía a este gran varón y gran cristiano, y que él le señaló para que viniese, y que le enseñó lo que había de hacer” [Fr. Bernardino de Sahagún. Op. cit. Pág. 721]. Al igual que Cristo, Cortés sabrá que decir y que hacer en presencia de los nuevos adeptos para su reino, que en este caso será terreno y estará ligado a la capacidad de dominio que va implícita en el discurso del amor medieval: el macho o caballero conquistador.

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