sábado, 16 de septiembre de 2006

19 de agosto de 2006
¡Pinche Lluvia!
Dicen que recordar es vivir. Yo, en ocasiones, rememoro aquel celebre momento preparatoriano en el cual, un día común y corriente, comenzó a llover. Un compañero tuvo el desatino de gritar “¡Pinche lluvia!” sin reparar en que cerca de ahí encontrábase una fulana que respondía a dicho apelativo, no al de pinche, sino al de Lluvia. La reacción de la Lluvia de nombre, hija de su madre y de su padre, fue por demás cómica para mí, ya que sólo atinó a decir “¿yo qué?”
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Saray, la chica que conocí el jueves, aceptó salir a tomar un café conmigo el día de hoy. Considerando que ella sale de trabajar de la librería del famélico hindú pacífico a las nueve de la noche, díjele a la interpelada que pasaba por ella a dicha hora. Para contextualizar, he de comentar que el día era por demás excelente, una que otra nube por aquí y otra por allá daba la apariencia de película fotografiada por Gabriel Figueroa.
Llamé a Juan José, con quien llegué al acuerdo de vernos para... jugar dominó. Fui a su casa, comí ahí, jugué con Dios (bueno, más bien a su lado) y entre los tres, cual oficial Matute, esperamos la llegada de Paola, la novia de Juan.
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(Dos horas después) Paola y yo seguimos perdiendo. Hemos demostrado una vez más que el preocuparse por Benito Bodoque y Animal no deja nada bueno si no se es capaz de descubrir cual de los dos posee la mula de seis. A Omar y Sara, en estricto orden alfabético, los dejamos plantados y con las bolas puestas sobre la mesa... de billar, consecuencia inevitable de un día lluvioso; yo trato inútilmente de marcar el celular de Saray para disculparme por mi inasistencia a nuestro compromiso. Mi muy válida excusa será la repetición, en una misma oración, de los diálogos de aquel preparatoriano día en que el gordo exclamó “¡Pinche lluvia!”

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