
De libros y amigos
No es un secreto a voces o algo parecido. Todo aquel que se precie de conocerme está consciente de la importancia que tiene la amistad en mi vida y, mejor aún, sabe que uno de los condimentos para ese nexo se encuentra entre las páginas de un libro. No es casualidad, pues, que Pubis angelical sea algo más que una excelente novela del uruguayo Manuel Puig, y que cada aguacate untado con esmero al calor de una tortilla recién hecha sea el ocasional recordatorio de una tarde de noviembre donde desafortunado fue El último lector que no alcanzó para sí las palabras de David Toscana.
La palabra como nexo; me agrada la idea de reconocer a un cómplice escondido en cada poema de aquella antología de Gutiérrez Vega, encontrada para ti en aquella despreocupada excursión a Querétaro. ¿Verdad, Sikaria? ¿O tal vez deba llamarte Cristina? T

El eslabón del azar me recuerda también lo mucho que le debo a La insoportable levedad del ser, y la gran cantidad de personas perdidas y encontradas en cada una de las 320 páginas de aquella edición de Tusquets regaladas por la figura paterna. Así, luego de la promesa del amor que surge de las coincidencias, y el cliché de la chica tras la barra de una cafetería, pienso que es mejor hablar de lo fantasmas.
“¿Qué es un fantasma?, preguntó Stephen. Un hombre que se ha desvanecido hasta ser impalpable, por muerte, por ausencia, por cambio de costumbres”, dice Joyce en el Ulises, y Borges rescata la frase en aquella edición de la Antología de la literatura fantástica

Algunas noches, algunos fantasmas, del buen Tario, debe ser, sin duda, uno de los tantos libros obtenidos gracias a la generosidad de la ya mencionada Elena, sin hache, por favor, que no queremos ocasionar ningún conflicto propiciado por su belleza. La nuestra es, cabe decirlo, una amistad protegida, de una u otra forma, por alguna página de Borges, como se habrá notado líneas arriba.

