miércoles, 31 de agosto de 2011

02 de septiembre de 2011
Calor de hogar
Para enfrentar sus soledades, dos ancianas hacen de un cuarto de vecindad el refugio que requieren sus años y sus perros. Como todo refugio, requiere de sustento, y cuando una sale de casa a buscarlo, la otra, en compañía de un ejercito de canes, se encarga de preparar un calor de hogar que, con poco, alcance para muchos.
En el proceso, unos cuantos ladridos se imponen a las ondas de la radio; la intermitencia del vapor de las ollas hace de la cocina una pequeña estación de trenes, mientras la voz aguda de la señora de la casa clama a sus mascotas que se callen.
Llaman a la puerta: una reacción en cadena dispara los ladridos de la canina compañía, y éstos el falso soprano de la señora de la casa, quien exige a gritos un silencio que no llega. De nuevo la puerta. Un perro más osado se acerca y ladra con más furia. Retrocede hasta las piernas de su ama, que cuchillo en mano se dirige hacia la entrada. Una vez más, la puerta. La osadía se vuelve miedo, y el asustado can lanza una mordida que se clava en el tobillo de la dueña. El brillo del acero se extingue entre los músculos del animal mientras una voz arrepentida lamenta la muerte que estamos narrando en tiempo real.
Dejan de llamar, pero los animales aún ladran, pues intuyen lo que pasó: aullan y olisquean la sangre de su compañero caído en batalla, mientras la asesina huye hasta su cuarto. De nuevo los ladridos, que son de pronto callados por un disparo. Un segundo de silencio. La bala humeante, dos cuerpos en el suelo y la sangre que de ellos brota perderán calor conforme pase el día. La comida, a fuego lento, esperará en la estufa, y los perros seguirán ladrando, al menos hasta que la otra anciana llegue a casa, saboreando ya el calor de hogar...

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