Manos a la obra
Un día cualquiera un hombre conoce a una mujer de la manera más inusual que pudiera imaginarse. En una esquina de una calle, el hombre mira al suelo mientras espera que los vehículos den paso a los peatones. Basta con virar la cabeza un poco para notar entre decenas de zapatos un par de pies desnudos, blanquecinos, y enamorarse de aquellos dedos de forma irregular, los más bellos que el hombre pudo haber visto en su vida. Levanta la mirada, la dueña de esos dedos sigue ahí; el hombre voltea al frente y en un parpadeo la luz cambia dando el paso a aquellos que esperan seguir adelante. La chica avanza; el hombre se queda quieto. Mientras ella pone un pie delante del otro, él debe poner manos a la obra: una silla de ruedas nunca avanza por sí sola...
Un día cualquiera un hombre conoce a una mujer de la manera más inusual que pudiera imaginarse. En una esquina de una calle, el hombre mira al suelo mientras espera que los vehículos den paso a los peatones. Basta con virar la cabeza un poco para notar entre decenas de zapatos un par de pies desnudos, blanquecinos, y enamorarse de aquellos dedos de forma irregular, los más bellos que el hombre pudo haber visto en su vida. Levanta la mirada, la dueña de esos dedos sigue ahí; el hombre voltea al frente y en un parpadeo la luz cambia dando el paso a aquellos que esperan seguir adelante. La chica avanza; el hombre se queda quieto. Mientras ella pone un pie delante del otro, él debe poner manos a la obra: una silla de ruedas nunca avanza por sí sola...
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