20 de julio de 2007
Dos visiones sobre la ceguera
Entre las lecturas que se me antojan como mis clásicos instantáneos de este año, se encuentra la obra de dos narradores europeos que critican, en sendas novelas, cualquier atisbo de ceguera colectiva. Así, a pesar de la distancia cronológica, Marcel Schwob y José Saramago se encargan de señalar, desde su muy particular perspectiva, aquellas creencias que están destinadas a condenar al hombre de sus tiempos.
Una ceguera llamada fe
En el año de 1212 dos hombres de distintas regiones en Europa afirmaron haber visto a Jesucristo. Éste, en la visión de ambos sujetos, exigía que Jerusalén fuera recuperada de los infieles que la moraban. Como uno podría suponer, eso era algo perfectamente normal para la época; ejércitos convocados por reyes y papas sedientos de poder y deseos de trascendencia transitaban por tierras y mares europeos continuamente. La diferencia, sin embargo, radicaba en que éstos eran hombres de campo, ambos carecían de tierras y poder y jamás podrían dotar de armas a sus seguidores.
De estos se puede decir que eran personas de la misma calidad que los elegidos para realizar la visión de dios: campesinos sin tierras que vagaban por las maltrechas carreteras europeas en busca de sustento y trabajo, conocidos por el apelativo, cariñoso o despectivo, de pueris. El origen de esta voz, que en latín vendría a ser el equivalente de “niños”, propició una de las tantas leyendas que se conocen del papado de Inocencio III: la de la cruzada de los niños.
Es Marcel Schwob, narrador francés de fines de siglo XIX, quien crea uno de los más bellos relatos que se conocen de ésta gesta. Aprovechando la confusión entre el apelativo puer y su significado literal, Schwob decide que los personajes de su novela breve La cruzada de los niños sean inocentes víctimas de la fe profesada por el nada inocente y ya mencionado Papa Inocencio.
Y es que en la perspectiva del escritor francés, es la misma fe de Inocencio III la que propicia estos acontecimientos. Tan embebido se encontraba el Papa tratando de alejar a sus protegidos de la herejía cátara y buscando una luz que guiara a su rebaño, que fue él mismo quien los condenó a una vida en las tinieblas por el exceso de claridad de su creencia. He ahí el resumen de la Edad Media: hombres ciegos por la divina luz y gracia del señor...
Una ceguera llamada modernidad
Después de haber leído El evangelio según Jesucristo, pocos podrían acusar a José Saramago de ser un hombre impío. Su obra rebosa de un amor tan grande hacia dios que, o bien puede criticarlo, como ocurre en su citado evangelio, o dar a entender que la fe es la ultima esperanza en un mundo de ciegos.
Esta podría ser la premisa básica de la cual parte el Ensayo sobre la ceguera, novela monumental por su extensión y por sus logros. Lo mejor que he leído de Saramago se encuentra en esas páginas que no dan concesión y se permiten ser una crítica despiadada a las sociedades modernas, más preocupadas por el aquí y ahora que por el antes y el después.
Su relato no deja de ser una visión apocalíptica, en el más digno y bíblico sentido de la palabra, donde al hombre aún le queda una esperanza de ser mejor luego de enfrentarse a lo peor de sí mismo. Saramago ensaya en sus páginas el caos de una ceguera blanca, luminosa, que invade de pronto al mundo entero, perdón, entero sería mucho decir, pues es verdad que en su trabajo la esperanza está siempre presente.
Y es que a mi parecer, el momento de mayor angustia es el vivido cerca del final de la novela, cuando la única mujer que aún posee la capacidad de ver con sus propios ojos los horrores de la humanidad, descubre los horrores de Dios. Cristos, Marías y santos ciegos pagan al hombre con la misma moneda que le han pagado a Dios: resguardan su visión tras un velo que impide el paso de la tragedia. Y cuando alguien aprecia en su totalidad la desgracia de ambos, el regalo de la vista se expande nuevamente, como si fuera un regalo divino...
Una ceguera sin nombre
No deja de llamarme la atención que entre la publicación de La cruzada de los niños (1896) y Ensayo sobre la ceguera (1996) medien exactos cien años. ¿Será acaso una preocupación finisecular señalar estas cegueras colectivas? Schwob critica la fe hacia un dios que deja ciegos a sus creyentes, mientras Saramago se encarga de reivindicar esa fe en un mundo de devotos a la modernidad. Ambas son obras que sin duda responden al espíritu de sus tiempos, pero una vez que son vistas en perspectiva nos confrontan con la perenne duda ¿existe o no un punto medio entre ambas posturas?
Dos visiones sobre la ceguera
Entre las lecturas que se me antojan como mis clásicos instantáneos de este año, se encuentra la obra de dos narradores europeos que critican, en sendas novelas, cualquier atisbo de ceguera colectiva. Así, a pesar de la distancia cronológica, Marcel Schwob y José Saramago se encargan de señalar, desde su muy particular perspectiva, aquellas creencias que están destinadas a condenar al hombre de sus tiempos.
Una ceguera llamada fe
En el año de 1212 dos hombres de distintas regiones en Europa afirmaron haber visto a Jesucristo. Éste, en la visión de ambos sujetos, exigía que Jerusalén fuera recuperada de los infieles que la moraban. Como uno podría suponer, eso era algo perfectamente normal para la época; ejércitos convocados por reyes y papas sedientos de poder y deseos de trascendencia transitaban por tierras y mares europeos continuamente. La diferencia, sin embargo, radicaba en que éstos eran hombres de campo, ambos carecían de tierras y poder y jamás podrían dotar de armas a sus seguidores.
De estos se puede decir que eran personas de la misma calidad que los elegidos para realizar la visión de dios: campesinos sin tierras que vagaban por las maltrechas carreteras europeas en busca de sustento y trabajo, conocidos por el apelativo, cariñoso o despectivo, de pueris. El origen de esta voz, que en latín vendría a ser el equivalente de “niños”, propició una de las tantas leyendas que se conocen del papado de Inocencio III: la de la cruzada de los niños.
Es Marcel Schwob, narrador francés de fines de siglo XIX, quien crea uno de los más bellos relatos que se conocen de ésta gesta. Aprovechando la confusión entre el apelativo puer y su significado literal, Schwob decide que los personajes de su novela breve La cruzada de los niños sean inocentes víctimas de la fe profesada por el nada inocente y ya mencionado Papa Inocencio.
Y es que en la perspectiva del escritor francés, es la misma fe de Inocencio III la que propicia estos acontecimientos. Tan embebido se encontraba el Papa tratando de alejar a sus protegidos de la herejía cátara y buscando una luz que guiara a su rebaño, que fue él mismo quien los condenó a una vida en las tinieblas por el exceso de claridad de su creencia. He ahí el resumen de la Edad Media: hombres ciegos por la divina luz y gracia del señor...
Una ceguera llamada modernidad
Después de haber leído El evangelio según Jesucristo, pocos podrían acusar a José Saramago de ser un hombre impío. Su obra rebosa de un amor tan grande hacia dios que, o bien puede criticarlo, como ocurre en su citado evangelio, o dar a entender que la fe es la ultima esperanza en un mundo de ciegos.
Esta podría ser la premisa básica de la cual parte el Ensayo sobre la ceguera, novela monumental por su extensión y por sus logros. Lo mejor que he leído de Saramago se encuentra en esas páginas que no dan concesión y se permiten ser una crítica despiadada a las sociedades modernas, más preocupadas por el aquí y ahora que por el antes y el después.
Su relato no deja de ser una visión apocalíptica, en el más digno y bíblico sentido de la palabra, donde al hombre aún le queda una esperanza de ser mejor luego de enfrentarse a lo peor de sí mismo. Saramago ensaya en sus páginas el caos de una ceguera blanca, luminosa, que invade de pronto al mundo entero, perdón, entero sería mucho decir, pues es verdad que en su trabajo la esperanza está siempre presente.
Y es que a mi parecer, el momento de mayor angustia es el vivido cerca del final de la novela, cuando la única mujer que aún posee la capacidad de ver con sus propios ojos los horrores de la humanidad, descubre los horrores de Dios. Cristos, Marías y santos ciegos pagan al hombre con la misma moneda que le han pagado a Dios: resguardan su visión tras un velo que impide el paso de la tragedia. Y cuando alguien aprecia en su totalidad la desgracia de ambos, el regalo de la vista se expande nuevamente, como si fuera un regalo divino...
Una ceguera sin nombre
No deja de llamarme la atención que entre la publicación de La cruzada de los niños (1896) y Ensayo sobre la ceguera (1996) medien exactos cien años. ¿Será acaso una preocupación finisecular señalar estas cegueras colectivas? Schwob critica la fe hacia un dios que deja ciegos a sus creyentes, mientras Saramago se encarga de reivindicar esa fe en un mundo de devotos a la modernidad. Ambas son obras que sin duda responden al espíritu de sus tiempos, pero una vez que son vistas en perspectiva nos confrontan con la perenne duda ¿existe o no un punto medio entre ambas posturas?
3 comentarios:
uf, qué buen post, qué buenas reseñas y qué bien amarradas están.
son tantas las ideas que se me vienen a la mente que dudo poder anotarlas aquí.
Octavio Paz escribió que la mucha luz es tan cegadora como su ausencia. y estoy de acuerdo en eso.
desde hace años me asumo como un hombre sin fe, sin ninguna esperanza, a pesar de haber sido educado en la religión católica.
pero sé que existe y que funciona si encuentras algo en qué creer y crees en ello. creer, ésa es la esencia. puede ser una piedra, una deidad o un amuleto (como el que llevo en la cartera desde hace 20 años y me ha salvado tantas veces. haré un post sobre esto de los amuletos).
y tengo una anécdota al respecto: hace años iba mucho al desierto a comer peyote. en una ocasión que fui con un grupo de amigos en semana santa, comimos hikuri en viernes santo y una amiga empezaó a decir desde temprano que a las tres de la tarde se iba a nublar y llovería. nadie le hizo caso, estábamos en medio del desierto en San Luis, el cielo era azul puro y el sol brillaba sin rastro de nubes. la chava seguía repitiendo lo mismo y lo mismo, pero nadie creyó. estábamos en lo más alto del viaje y de pronto, sin más, se nubló y empezó a llover. eran las tres de la tarde, la hora en que se supone murió Jesucristo. mi primera reacción fue buscar un refugio, pero en aquel lugar el arbusto más grande me llegaba a las rodillas. me sentí un estúpido desorientado. busqué a esta chica y la encontré sentada en unas piedras, sonriendo beatíficamente. le dije:
- ¿Cómo le hacen ustedes los católicos para lograr esto?
- Es cuestión de fe -dijo-. Todos los católicos sabemos y estamos seguros de que va a llover este día a esta hora. y llueve.
- ¿Y por qué no concentran su fe en cosas más trascendentes y útiles para la humanidad, en vez de simplemente producir un efecto especial de fe?
Y no supo qué responder.
Escribí un cuento que sigue inédito, se llama "Efecto de Fe". algún día lo publicaré en un libro de cuentos llamado "Relatos para evadir la realidad".
puta, ya me clavé, qué buen post, maestro!
Pues gracias por el comentario, señor!!! Esperaré para leer esos cuentos que sin duda valdrán mucho la pena. Respecto a lo de la fe, pienso que es igual de estúpido, sobre todo en dichos como "la fe mueve montañas." ¿Para qué mover una cabrona montaña, cuando podría cambiar la conciencia del mundo entero con un poco de trabajo? pero no, vivimos en un mundo caótico, perdón, católico, donde es mejor pedirle un favor a Dios que salir a buscarlo nosotros mismos.
Y por cierto, felicidades por la polémica del Live Earth que has generado en tu blog.
Hola... leí tu comentario en mi blog, muchas gracias por la visita y por el link. También me gusto mucho el tuyo, muy interesante. Espero que me visites, yo haré lo mismo.
Saludos!!!
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