9 de octubre de 2006
Eça (se dice esa) de Queirós
Todos aquellos que me conocen saben de mi debilidad por los temas cristianos. No es que lo sea actualmente, ya que si bien fui criado en una tradición judeocristiana, trato de mantener ese discurso en mi no consciente. El caso es que me agrada descubrir las diferentes representaciones de Cristo en obras literarias, algo que la maestra Clara Cisneros dio en llamar relato cristológico.
Hoy tuve que exponer en clase de literatura comparada al autor de El crimen del padre Amaro, mejor conocido por algunos católicos recalcitrantes como el padre Amargo. La probadita que les di de Eça fue un relato inacabado titulado “La muerte de Jesús”, escrito a partir de un viaje que el escritor, diplomático y periodista hizo por la zona de Palestina.
El cuento, que inicia utilizando un recurso como el que Cervantes emplea en el Quijote (“Por un extraño acaso encontré este viejo manuscrito copiado [...] no lo traduzco textualmente”), muestra una visión demasiado romántica de Cristo, e incluso está contaminado ideológicamente de ese nacionalismo romántico a ultranza que dio pie en años futuros a lo que conocemos como holocausto. Queirós nunca deja de lastimar a los judíos con juicios como estos: “Otra cosa me irritaba allí, concretamente: eran los fariseos, los escribas y los doctores de la ley [...] entre ellos sólo vi acrimonias, odios, disputas estériles.” “Los otros eran el poder, la intriga, la riqueza, la tradición.”
Haciendo un resumen de lo que deduje luego de utilizar la sociocrítica de Cros, y contando con un poco de suerte para encontrar un indicio de lo que puede ser la ideología, en el nivel social las cosas de esos tiempos eran complicadas porque comenzaba a resurgir el odio antisemita, más que nada porque los románticos eran amantes de su patria a más no poder. La visión que tenían entonces de los judíos era la del extranjero avecindado en sus terrenos, al igual que los primeros hombres medievales cuando iniciaron las cruzadas en un afán por extraer de Tierra Santa a aquellos usurpadores del reino de Cristo. Y pensar que en ocasiones nos sentimos muy modernos, cualquier cosa que eso signifique.
P. D. Si tiene ganas de corroborar lo que digo, lea el libro. Eça de Queirós, José Maria. Cuentos completos. Trad. de María Tecla Portela Carreiro. México, Fondo de Cultura Económica, Ediciones Siruela, 2005. Págs. 17-63.
Eça (se dice esa) de Queirós
Todos aquellos que me conocen saben de mi debilidad por los temas cristianos. No es que lo sea actualmente, ya que si bien fui criado en una tradición judeocristiana, trato de mantener ese discurso en mi no consciente. El caso es que me agrada descubrir las diferentes representaciones de Cristo en obras literarias, algo que la maestra Clara Cisneros dio en llamar relato cristológico.
Hoy tuve que exponer en clase de literatura comparada al autor de El crimen del padre Amaro, mejor conocido por algunos católicos recalcitrantes como el padre Amargo. La probadita que les di de Eça fue un relato inacabado titulado “La muerte de Jesús”, escrito a partir de un viaje que el escritor, diplomático y periodista hizo por la zona de Palestina.
El cuento, que inicia utilizando un recurso como el que Cervantes emplea en el Quijote (“Por un extraño acaso encontré este viejo manuscrito copiado [...] no lo traduzco textualmente”), muestra una visión demasiado romántica de Cristo, e incluso está contaminado ideológicamente de ese nacionalismo romántico a ultranza que dio pie en años futuros a lo que conocemos como holocausto. Queirós nunca deja de lastimar a los judíos con juicios como estos: “Otra cosa me irritaba allí, concretamente: eran los fariseos, los escribas y los doctores de la ley [...] entre ellos sólo vi acrimonias, odios, disputas estériles.” “Los otros eran el poder, la intriga, la riqueza, la tradición.”
Haciendo un resumen de lo que deduje luego de utilizar la sociocrítica de Cros, y contando con un poco de suerte para encontrar un indicio de lo que puede ser la ideología, en el nivel social las cosas de esos tiempos eran complicadas porque comenzaba a resurgir el odio antisemita, más que nada porque los románticos eran amantes de su patria a más no poder. La visión que tenían entonces de los judíos era la del extranjero avecindado en sus terrenos, al igual que los primeros hombres medievales cuando iniciaron las cruzadas en un afán por extraer de Tierra Santa a aquellos usurpadores del reino de Cristo. Y pensar que en ocasiones nos sentimos muy modernos, cualquier cosa que eso signifique.
P. D. Si tiene ganas de corroborar lo que digo, lea el libro. Eça de Queirós, José Maria. Cuentos completos. Trad. de María Tecla Portela Carreiro. México, Fondo de Cultura Económica, Ediciones Siruela, 2005. Págs. 17-63.
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