1 de octubre de 2006
Puro rocanrol
Últimamente he descubierto que esa extraña afición que aún conservo por el rocanrol está ligada con un placer que todavía no he experimentado: manejar en carretera por el desierto. Digamos que me fascina el cliché que a usted y a mí, querido lector, nos ha vendido la cultura popular. Auto convertible en modelo sesentero, lentes de aviador, tejana, botas y pantalón de mezclilla como parte del atuendo. Ya usted decidirá si va o no en compañía de la chica de sus sueños. Yo lo haría.
+++
Obviamente no se prive usted de escuchar otros ritmos, tales como el padre del antes mencionado, el blues, o quizás primos hermanos como el folk (pienso en estos momentos en Bob Dylan), y por qué no, rock sesentero y setentero de la veta de Doors o Led Cepillín. No olvide cargar con la sangre nueva y la menos vieja, representadas por los White Stripes, Ryan Adams y los Pixies.
Ahora que si lo que usted necesita es música en español tenga al alcance de su mano discos de Ramón Ayala. Tome también algo de Enrique Búnbury en su faceta solista, sobre todo del Pequeño en delante; el Limón y sal o el Buenivento de la Venegas son buena opción, así como el Tarará de Gerardo Enciso y principalmente la Barranca con esas odas a la música mexicana como el Rueda de los tiempos o La tempestad.
+++
¿Algo de literatura? Por supuesto. Lea con toda la calma del mundo y a ritmo de (faltaba más) Los Relámpagos del Norte de Ramón Ayala y Cornelio Reyna esa excelente novela que si bien no habla de tierras desérticas, lo acercará al espíritu norteño. Me refiero por supuesto a Idos de la mente. La increíble y (a veces) triste historia de Ramón y Cornelio escrita por el desgraciadamente ignorado Luis Humberto Crosthwaite. Otros mexicanos dignos de este recuento son César López Cuadras y su Cástulo Bojórquez, y David Toscana con El último lector. Agregue a este paquete los textos de Guillermo Arriaga, Federico Arreola y Pancho Rodríguez quienes escriben, respectivamente, Un dulce olor a muerte, Las jiras y Una de balazos.
+++
Nos vemos en el camino (¿se fijan en mi manera de citar la obra de Jack Kerouac la cual hace referencia a los caminos de forma así o más obvia?)
P. D. No lea mientras conduce.
Puro rocanrol
Últimamente he descubierto que esa extraña afición que aún conservo por el rocanrol está ligada con un placer que todavía no he experimentado: manejar en carretera por el desierto. Digamos que me fascina el cliché que a usted y a mí, querido lector, nos ha vendido la cultura popular. Auto convertible en modelo sesentero, lentes de aviador, tejana, botas y pantalón de mezclilla como parte del atuendo. Ya usted decidirá si va o no en compañía de la chica de sus sueños. Yo lo haría.
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Obviamente no se prive usted de escuchar otros ritmos, tales como el padre del antes mencionado, el blues, o quizás primos hermanos como el folk (pienso en estos momentos en Bob Dylan), y por qué no, rock sesentero y setentero de la veta de Doors o Led Cepillín. No olvide cargar con la sangre nueva y la menos vieja, representadas por los White Stripes, Ryan Adams y los Pixies.
Ahora que si lo que usted necesita es música en español tenga al alcance de su mano discos de Ramón Ayala. Tome también algo de Enrique Búnbury en su faceta solista, sobre todo del Pequeño en delante; el Limón y sal o el Buenivento de la Venegas son buena opción, así como el Tarará de Gerardo Enciso y principalmente la Barranca con esas odas a la música mexicana como el Rueda de los tiempos o La tempestad.
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¿Algo de literatura? Por supuesto. Lea con toda la calma del mundo y a ritmo de (faltaba más) Los Relámpagos del Norte de Ramón Ayala y Cornelio Reyna esa excelente novela que si bien no habla de tierras desérticas, lo acercará al espíritu norteño. Me refiero por supuesto a Idos de la mente. La increíble y (a veces) triste historia de Ramón y Cornelio escrita por el desgraciadamente ignorado Luis Humberto Crosthwaite. Otros mexicanos dignos de este recuento son César López Cuadras y su Cástulo Bojórquez, y David Toscana con El último lector. Agregue a este paquete los textos de Guillermo Arriaga, Federico Arreola y Pancho Rodríguez quienes escriben, respectivamente, Un dulce olor a muerte, Las jiras y Una de balazos.
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Nos vemos en el camino (¿se fijan en mi manera de citar la obra de Jack Kerouac la cual hace referencia a los caminos de forma así o más obvia?)
P. D. No lea mientras conduce.
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