sábado, 3 de mayo de 2014

Inventario, o las últimas palabras de José Emilio Pacheco

03 de febrero de 2014
Inventario, o las últimas palabras de José Emilio Pacheco
Una de las palabras que resuena constantemente en mi imaginario es la que da nombre a la obra de dos de los mexicanos ilustres del siglo XX. Inventario, además de su denotación como asiento de bienes y propiedades de un individuo, para mí connota lo mejor de la actividad imaginativa. Pensemos, pues, en el inventario como ese listado donde queda registro de todas nuestras creaciones.
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No deja de resultar curioso que Arreola y Pacheco acudan a la memoria. El segundo fue amanuense del primero, y para José Emilio eso justificaba su paso por la tierra. A más de una semana de su muerte, sus lectores sabemos que hay más razones que lo justifican: entre ellas, por citar unas cuantas, están sus obras, donde Pacheco hablaba a menudo de la muerte, con una facilidad que resultaba inquietante.
Cuando uno lee las obras, o la crítica hacia las obras de Pacheco, notará que hay un detalle sobresaliente sobre todos los demás: la sencillez de su lenguaje. El autor de Las batallas en el desierto (ese libro que tanto le gusta a ella), era un escritor que no se complicaba buscando la expresión más sombría o rebuscada para expresar sus ideas. Al contrario. Su poesía, sus novelas, sus ensayos, y sobre todo sus Inventarios, dan nota del hombre que era capaz de contarnos las cosas más complejas en el lenguaje más sencillo.
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El día que falleció Pacheco, un amigo escribió en su facebook, palabras más, palabras menos, que respetaba a aquellos escritores que alejados de la parafernalia de la fama preferían la cátedra por medio de sus obras y sus Obras, a aquellos que si bien contaban con una gran Obra, tenían poca obra hacia su generación o las generaciones venideras.
Arreola, más que Rulfo, tenía vocación de maestro. Pacheco fue alumno del primero, y sin duda de ahí aprendió que los mejores escritores se forman a partir del trabajo en taller. Esa labor de "talacha" requiere sin duda de maestro y aprendices, y más importante, de personas que continúen esa didactica. Por eso los Arreolas y los Pachecos sobre los Rulfos y los Paz.
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Del oficio de maestro aprendí muchas cosas, más de las que realmente enseñé, y una de ellas fue que existía una novela titulada Buscando a Alaska, del autor estadounidense John Green. Sin descalificarla por tratarse de una novela juvenil, o menospreciar al autor por su perfil comercial (prejuicios aún instalados en el colectivo), nos encontramos ante una obra sencilla y bien escrita.
Muy lejos de aquella comparación con El guardián entre el centeno, pero también de Crepúsculo y otros fenómenos más comerciales que literarios, la novela de Green trata de un adolescente en busca de su gran quizás, idea arrebatada de las últimas palabras del poeta Francois Rabelais. Menudo talento además el del joven Miles, quien podía, entre otras cosas, memorizar las últimas palabras de los personajes famosos.
Este asunto de las últimas palabras es el que me ha venido dando vueltas a lo largo de estos días. Pienso en la muerte de José Emilio Pacheco, por ejemplo. En la importancia de su obra en la literatura, en mi mundo y en el mundo de aquellos que leyeron sus novelas o sus poemas conmigo o para mi. Pienso en su hija, poniendo palabras en boca de su padre, y explicando que la muerte del autor no fue dolorosa ni sufrida. Pienso en las últimas palabras de José Emilio, quien aún de noche, y sin saber que nunca más iba a despertar, seguro pronunció, con la misma naturalidad que lo hacía en su poesía, las palabras más cotidianas cargadas de una inmensa carga poética y miles de significados. Pienso en José Emilio diciendo adiós al mundo, a la vida, y a su pareja. Pienso en José Emilio diciendo "Buenas noches" y nada más.