19 de agosto de 2006
¡Pinche Lluvia!
Dicen que recordar es vivir. Yo, en ocasiones, rememoro aquel celebre momento preparatoriano en el cual, un día común y corriente, comenzó a llover. Un compañero tuvo el desatino de gritar “¡Pinche lluvia!” sin reparar en que cerca de ahí encontrábase una fulana que respondía a dicho apelativo, no al de pinche, sino al de Lluvia. La reacción de la Lluvia de nombre, hija de su madre y de su padre, fue por demás cómica para mí, ya que sólo atinó a decir “¿yo qué?”
+++
Saray, la chica que conocí el jueves, aceptó salir a tomar un café conmigo el día de hoy. Considerando que ella sale de trabajar de la librería del famélico hindú pacífico a las nueve de la noche, díjele a la interpelada que pasaba por ella a dicha hora. Para contextualizar, he de comentar que el día era por demás excelente, una que otra nube por aquí y otra por allá daba la apariencia de película fotografiada por Gabriel Figueroa.
Llamé a Juan José, con quien llegué al acuerdo de vernos para... jugar dominó. Fui a su casa, comí ahí, jugué con Dios (bueno, más bien a su lado) y entre los tres, cual oficial Matute, esperamos la llegada de Paola, la novia de Juan.
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(Dos horas después) Paola y yo seguimos perdiendo. Hemos demostrado una vez más que el preocuparse por Benito Bodoque y Animal no deja nada bueno si no se es capaz de descubrir cual de los dos posee la mula de seis. A Omar y Sara, en estricto orden alfabético, los dejamos plantados y con las bolas puestas sobre la mesa... de billar, consecuencia inevitable de un día lluvioso; yo trato inútilmente de marcar el celular de Saray para disculparme por mi inasistencia a nuestro compromiso. Mi muy válida excusa será la repetición, en una misma oración, de los diálogos de aquel preparatoriano día en que el gordo exclamó “¡Pinche lluvia!”
¡Pinche Lluvia!
Dicen que recordar es vivir. Yo, en ocasiones, rememoro aquel celebre momento preparatoriano en el cual, un día común y corriente, comenzó a llover. Un compañero tuvo el desatino de gritar “¡Pinche lluvia!” sin reparar en que cerca de ahí encontrábase una fulana que respondía a dicho apelativo, no al de pinche, sino al de Lluvia. La reacción de la Lluvia de nombre, hija de su madre y de su padre, fue por demás cómica para mí, ya que sólo atinó a decir “¿yo qué?”
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Saray, la chica que conocí el jueves, aceptó salir a tomar un café conmigo el día de hoy. Considerando que ella sale de trabajar de la librería del famélico hindú pacífico a las nueve de la noche, díjele a la interpelada que pasaba por ella a dicha hora. Para contextualizar, he de comentar que el día era por demás excelente, una que otra nube por aquí y otra por allá daba la apariencia de película fotografiada por Gabriel Figueroa.
Llamé a Juan José, con quien llegué al acuerdo de vernos para... jugar dominó. Fui a su casa, comí ahí, jugué con Dios (bueno, más bien a su lado) y entre los tres, cual oficial Matute, esperamos la llegada de Paola, la novia de Juan.
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(Dos horas después) Paola y yo seguimos perdiendo. Hemos demostrado una vez más que el preocuparse por Benito Bodoque y Animal no deja nada bueno si no se es capaz de descubrir cual de los dos posee la mula de seis. A Omar y Sara, en estricto orden alfabético, los dejamos plantados y con las bolas puestas sobre la mesa... de billar, consecuencia inevitable de un día lluvioso; yo trato inútilmente de marcar el celular de Saray para disculparme por mi inasistencia a nuestro compromiso. Mi muy válida excusa será la repetición, en una misma oración, de los diálogos de aquel preparatoriano día en que el gordo exclamó “¡Pinche lluvia!”
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